Utopía y Praxis Latinoamericana - Vol. 25 - Núm. 89

Utopía y Praxis Latinoamericana; ISSN 1316-5216; ISSN-e 2477-9555 Año 25, n° 89 (abril-junio), 2020, pp. 183-97 89 presentó un panorama ideológico de “globalización del poder trasnacional”, cuyas contradicciones serían supuestamente superficiales y sólo podrían ser “resueltas” dentro del propio sistema capitalista y no mediante su superación. El “fin de la historia” (Fukuyama) y del trabajo (Bell); el “auge” de la new economy y del “consenso de Washington” promovieron la idea-fuerza de que el sistema era “todopoderoso” y de que “no existían” fuerzas sociales y políticas que lo pudieran superar, además de que la hegemonía alcanzada por el capital ficticio engendró la ilusión de que el sistema ya no requería, en la producción de riqueza y de valor, de la participación de la fuerza de trabajo. Desde la década de los ochenta del siglo pasado, el capital asumió la forma parasitaria del capital ficticio: una cierta supremacía hegemónica en el capitalismo globalizado del siglo XXI que castiga con severidad los sistemas productivos y las tasas de crecimiento del empleo productivo e industrial. En el plano del pensamiento y de la ideología, este fenómeno se presentó como teoría articulada del "fin del trabajo" caracterizada por el hecho de negar que el fundamento ontológico y pragmático del sistema capitalista global es el trabajo abstracto creador de valor y de plusvalía, mientras que le atribuyen esa cualidad a otras categorías como el conocimiento, la técnica, la cultura o la ciencia que — supuestamente — existen de manera “autónoma” respecto al trabajo. Hay, por tanto, una incomprensión esencial de esta fenomenología que ocurre en los sistemas productivos y de trabajo, y que se expresa en la gran contradicción entre el tiempo de trabajo socialmente necesario y el trabajo excedente, entre valor de uso y valor y que Marx distinguió a la perfección. De esta forma, no es casual que a partir de la década de los años setenta, pero con mayor fuerza durante los ochenta y noventa del siglo pasado, se comenzó a postular por parte de ideólogos y medios de comunicación, la idea de que finalmente se había encontrado una forma de producir plusvalía y riqueza sin el concurso y participación de la fuerza humana de trabajo, cabiendo desempeñar ese papel ahora a las máquinas o al capital ficticio y a sus concomitantes ganancias ficticias. De este modo, El trabajo, por consiguiente, habría perdido la centralidad; la tecnología, la información y el dominio del conocimiento fueron erigidos a la categoría de entes mágicos capaces de todo y objeto de adoración. Finalmente el capital no necesitaría más ensuciar sus manos en la producción para realizarse como ser capaz de, por sí mismo, generar ganancias, ganancias elevadas. También la naturaleza seria secundaria. En efecto, desde mediados de la década de los setenta del siglo pasado varios autores comenzaron a sustentar la tesis de la supuesta pérdida de la centralidad del trabajo en las sociedades contemporáneas conforme afirmaba sus intereses y hegemonía el capital ficticio en el ciclo del capital y en la sociedad. Así, por ejemplo, Habermas postuló la tesis del desplazamiento de la ley del valor-trabajo de Marx por la comunicación y el trabajo inmaterial; Claus Offe, proclama la incapacidad del trabajo (asalariado) en la "determinación macrosociológica" de la sociedad y postula la necesidad de crear una nueva teoría social; Jeremy Rifkin, postula el "fin del trabajo"; Robert Reich sustituye el mundo del trabajo por el "analista simbólico" (o "sociedad del conocimiento"); Dominique Méda habla de la disparition ("extinción") del trabajo, mientras que Gorz, sustituye al proletariado y a la clase obrera con una nueva "figura subversiva" que denomina: la "no-clase de los neoproletarios posindustriales". Castel vislumbra, por su parte, que "… el trabajo ha perdido su posición central, el salariado se ha degradado, y trata de encontrarle escapatorias, compensaciones o alternativas " y Bell resume la "sociedad post-industrial" preeminentemente como "sociedad del conocimiento” que se caracteriza: "…por la coordinación de máquinas y hombres para la producción de bienes. La sociedad postindustrial se organiza en torno al conocimiento para lograr el control social y la dirección de la innovación y el cambio, y esto a su vez da lugar a nuevas relaciones sociales y nuevas estructuras que tienen que ser dirigidas políticamente". Cuando ocurría este desplazamiento de la teoría del valor-trabajo y de la superexplotación por el capital ficticio y se coronaba la tesis de la “sociedad postindustrial” basada en la técnica y en el conocimiento

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