Utopía y Praxis Latinoamericana - Vol. 25 - Núm. 89

GUADARRAMA GONZÁLEZ La integración y la utopía de una ciudadanía latinoamericana 34 Comunidad del Caribe (CARICOM), el Mercado Común del Sur (Mercosur), la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la Alianza del Pacífico, etc.—, o de forma más amplia —como la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) o la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC)—, se han formulado en diverso grado propuestas de concreción de la utopía de una “ciudadanía latinoamericana”. Por supuesto, ante el pesimismo de la realidad sobre la integración y la posibilidad de una “ciudadanía latinoamericana” habrá que proponer el optimismo gramsciano de la voluntad. Aquellos que se dejen atrapar por el pasado o la incertidumbre del presente quedarán siempre enjaulados por los límites insalvables de las “utopías abstractas”, pero los que confían en la perfectibilidad humana atisbarán desde distintas atalayas la “utopía concreta” de su realización, aunque la corta vida humana no permita verificarlo. Debe recordarse que así como Platón diseñó una utópica república, Moro y Campanella imaginaron futuras sociedades más equitativas, Francis Bacon confió en la tecnología para el logro de una sociedad más benéfica, Fourier y Saint Simon no fueron simples soñadores, mucho menos Owen, que trató de llevar a la práctica sus utópicas ideas, Marx y Engels trataron de fundamentar con cientificidad su proyecto de una sociedad que superara el capitalismo. En América Latina, Simón Rodríguez, Esteban Echeverría, José Abreu y Lima, José Martí, José Carlos Mariátegui y tantos otros han tratado también, con mayores o menores resultados, de alcanzar sociedades más justas y humanas. Algunos los tildarán de ilusos e idealistas. Y nos les faltaría razón: pues sin una cuota de idealismo no es posible construir proyectos de sociedades superiores. En eso se diferencian los conservadores de los reformadores, destacaba Bolívar en su “Carta de Jamaica”, al señalar que los primeros abundan más porque es más fácil atenerse a las voluntades y potestades establecidas. Mientras que los reformadores, aunque son minorías, son más vehementes e ilustrados. Por eso los conservadores no necesitan tanto de la filosofía como los reformadores, pues no tienen que imaginar nada utópicamente nuevo que proponer en forma superior a las sociedades anteriores. Simplemente se acomodan y justifican lo tradicionalmente existente. La filosofía siempre resulta peligrosa porque enseña a pensar, a dudar, a someter a crítica todos los poderes existentes, todas las ideologías, todas las sociedades e instituciones anquilosadas para proponer formas de superarlas. La razón por la cual una universidad es más peligrosa que un sindicato la aceptó con honestidad la plataforma ideológica del partido republicano de Santa Fe II, cuando citó a Gramsci, reconocido como marxista italiano, quien sostenía que la clase obrera por sí sola no puede tomar el poder político, pero con ayuda de los intelectuales sí podría. Luego ¿hacia dónde enfocan su labor para apagar la posibilidad de que surjan nuevos pichones de intelectuales? Es elemental la respuesta: hacia los centros de educación y no hacia los sindicatos, que generalmente se satisfacen con mejoras salariales u otros beneficios, pero no se plantean tomar el poder político. Por eso, para determinados representantes de distintos poderes puede resultar más preocupante un congreso de filosofía que una asamblea sindical. El día que esto deje de ser así habría que preocuparse, porque significaría que esta perdió su función crítica, desalienadora y emancipadora. Tales funciones de la filosofía para que sea auténtica deben quedar subsumidas en un «humanismo práctico». En fin, será en verdad la muerte de la filosofía. Hagamos todo lo posible por revivirla, para que sus potencialidades epistémicas contribuyan a formular propuestas de utopías concretas que superen el socialismo real y el neoliberalismo real. Esa es, tal vez, la tarea más digna de la filosofía, y de ese modo podría ser útil no solamente para indicar vías de conformación de una “ciudadanía latinoamericana” —no han faltado intentos de algunos gobiernos para alcanzarla 48 —, sino 48 MEJÍA, M.E. (1997). “Ciudadanía latinoamericana”. El tiempo. Bogotá.16 de diciembre 1997. https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-688843

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