Utopía y Praxis Latinoamericana - Vol. 25 - Núm. 89
RAMÍREZ SIERRA El continente martiano en la filosofía política… 160 Tanto en José Martí como en Alejandro Serrano Caldera, y en una parte significativa de la filosofía política en la América diversa, el antiimperialismo emerge como necesidad y posibilidad de proyecto del ser en torno a la definición y edificación de ecologías propicias para autogestionar una existencia digna. La negación de relaciones de control, explotación y dominación, en donde los imperios han tenido máximo protagonismo, deviene afirmación del ser americano en su propia historia. Esta circunstancia identifica la filosofía política nuestroamericana no como el búho de minerva que solo alza el vuelo cuando atormentado por la inminencia de la luz escapa a lugar seguro para intentar explicar con racionalidad y sosiego la naturaleza de los acontecimientos pretéritos que condujeron a la alborada; sino como el Pyrophorus que en medio de la noche se dispone a ser caminos de luz, a disipar las tinieblas con su propia iluminación venida de sí. COINCIDENCIAS MÍNIMAS EN EL SER AMERICANO O PENSAR EN CONCLUSIONES La comunidad relativa de concepciones y modos particulares de asumir la existencia latinoamericana en José Martí y Alejandro Serrano Caldera se hace más sólida al desentrañar coincidencias que rebasan el aspecto estrictamente formal de las ideas. Estos puntos comunes estrechan la distancia espacio temporal, y sin causas necesarias amplían los vasos comunicantes de la filosofía política en la América nuestra. Los dos se forman, hecho que va definir el contenido de sus posturas políticas y filosóficas, en contextos opresivos que marginan y sacrifican al ser americano víctima de la irracionalidad de un poder semejante, autoritario y omnímodo. El filósofo independentista cubano es tempranamente marcado por la brutalidad del orden español en Cuba. Por su lado, Alejandro Serrano adquiere conciencia de la destrucción del ser humano al percibir en su juventud el sufrimiento y la incertidumbre del nicaragüense ante la dictadura familiar de los Somoza, una de las más extensas y expoliadoras en el continente. En América la continuidad de las pautas culturales, institucionales e idiosincráticas que constituyen el poder despótico de los imperios se revela en la replicación de dictaduras que han desvirtuado aún más el sentido y la existencia de las comunidades. Los dos intelectuales orientan sus esfuerzos al estudio del derecho y la filosofía para luego contribuir en la búsqueda de alternativas viables, una vez identificados y adheridos a los movimientos revolucionarios más radicales de sus contextos. Tanto en José Martí, que funda el Partido Revolucionario Cubano el cual aglutina y organiza la gesta independentista cubana de fin de siglo, como en Alejandro Serrano, que es parte del Movimiento Sandinista de Liberación Nacional encargado de la revolución de la sociedad nicaragüense, su obra y aportaciones teóricas adquieren sentido y corporeidad articuladas en el movimiento político que aspira a la emancipación definitiva de la América oprimida. En ninguno de estos, no obstante, existe una identificación abierta y precisa con corriente de pensamiento o filosofía europea, latinoamericana o de otra latitud. A finales del siglo XIX el mundo occidental era un hervidero de filosofías e ideologías que pugnaban por demostrar su primacía en tanto posesión exclusiva del mejor instrumento para alcanzar la verdad última de las cosas y los procesos sociales, de la naturaleza y el espíritu. Así el marxismo, el hegelianismo, el krausismo, el trascendentalismo y el positivismo spenceriano, siendo este último el de más fuerza en la región latinoamericana pues constituirá la rampa para posicionamientos liberales, reformistas, autonomistas y reaccionarios, forman el diapasón de perspectivas cosmovisivas decimonónicas fundamentales. José Martí rechaza las vendas y ataduras filosóficas, religiosas y políticas que atan y enfajan fuertemente al ser humano convirtiéndolo de por vida, según sus palabras, en una caballo embridado. Critica con acertada elocuencia y razón al positivismo, se distancia lo suficientemente necesario del marxismo, no acata o se deja aplastar por el absolutismo racionalista hegeliano y justiprecia con lograda objetividad y para su beneficio el trascendentalismo de Emerson. Su producción filosófica, valorada por el alcance de sus ideas, es, como América, irreductible a una escuela o tradición europea. La vida y obra de este Apóstol de la libertad moderna desafía incluso el criterio metodológico, producido por un materialismo vulgar y de mala calidad, que relaciona o identifica inobjetablemente las posturas filosóficas idealistas con posicionamientos políticos reaccionarios
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