Utopía y Praxis Latinoamericana - Vol. 25 - Núm. 89

Utopía y Praxis Latinoamericana; ISSN 1316-5216; ISSN-e 2477-9555 Año 25, n° 89 (abril-junio), 2020, pp. 144-163 157 consolidación de un ecocidio en marcha que extingue abruptamente especies de vegetales y animales, constituyen la resonancia de un hecho soterrado que ontológicamente continúa determinando los malestares identitarios de la civilización occidental convertidos por sus nexos e implicaciones en problemas universales. La antinomia trascendental, que por su esquema de exclusión apriorística en la medida en que hace contacto con otras culturas se engrosa y solidifica, expuesta por el análisis humanista de Alejandro Serrano Caldera, plantea que el origen y desarrollo del mundo moderno catalizado por la emergencia totalizadora de la razón, se funda y sostiene sobre un proceso de absoluta irracionalidad: la conquista, colonización y el sometimiento histórico, reproductivo de la esclavitud en todas sus formas, de las civilizaciones americanas. El nacimiento del hombre moderno, amparado de derechos y garantías inalienables, se da a través del desgarramiento de la humanidad toda en un giro biunívoco de vaciamiento progresivo de la libertad. No inauguran exclusivamente la modernidad la exactitud aquilatada del Hombre de Vitrubio , el cultivo de la docta razón en el Discurso del Método , el desarrollo del análisis de los focos a través de la fórmula elíptica, la brújula o el telescopio; ellos se acompañan o se soportan sobre la violencia desmedida de la caza furtiva, la trata, y el contrabando de seres humanos, la plantación y los barracones que bestializan, la aborigen que envenena a sus hijos y pone fin a su existencia y a los de su especie porque le ha sido usurpada su condición más elemental. El primer hombre africano que tocó tierras americanas, encadenado por el cuello y la cintura, constituyen, hombre y acto, el movimiento que da inicio a la era moderna. El humanismo no ha de justipreciarse solo como expresión vital identitaria exclusiva y aislada de un grupo humano, de una región, de una época o una esfera particular de la actividad en la que se realiza una porción de la especie, menos aun cuando el desarrollo resultante de la evolución humana produce inexorables vínculos que estrechan y conectan en sus causas más profundas el devenir de pueblos y acontecimientos aparentemente distantes y ajenos. Así lo demuestra la opción modernizadora que brinda, e impone, el modelo de progreso, casi invariable al cabo de cinco siglos, de la Europa occidental y el formidable vecino del norte americano. Un humanismo que fija sus bases en el florecimiento de tecnologías e instrumentos manufacturados que permiten mayor control sobre fuerzas naturales y sociales circunstancialmente inconmensurables y caóticas, al costo de la anulación acelerada de la dignidad humana, y en consecuencia de los límites que definen propiamente la especie como ser diferenciado, acaba estrangulando todas las formas de existencia que encuentra en su itinerario civilizador. El punto de inflexión que referencia el origen más remoto de la crisis e insostenibilidad del sistema capitalista hegemónico actual, de la irracionalidad como forma de reproducción del progreso, se encuentra en el momento en que se fundan y apuntalan instituciones públicas vertebradas y contenidas por la absorción social que normaliza el atropello a la dignidad humana a gran escala como forma de producción de la vida. El curso particular de la historia americana, que irrumpe colocando lo que sería el primer debate de proporciones globales en torno al humanismo en tanto contenido del ser, sus diversas manifestaciones y las fronteras limítrofes que lo definen, precipita a la dignidad como una categoría filosófica que rebasa los límites éticos, concediéndole un peso de significativa relevancia ontológica y praxiológica. Una categoría totalizadora que aportará a la filosofía política universal una comprensión holística de lo humano en su complejidad inherente. La dignidad humana va a denotar la capacidad inalienable del ser humano de realizarse en libertad, de decidir por sí mismo y constituirse una identidad propia; la necesidad de existencia de medios y circunstancias que viabilicen material y espiritualmente el desarrollo de sus potencialidades humanizadoras; y la intangibilidad de su esencia vital, moral e histórica común a todos sin excepción alguna. Con justa razón José Martí y Alejandro Serrano Caldera ubican, cada uno en sus respectivas obras, la dignidad humana como categoría de análisis y núcleo cultural del humanismo en la formación y desarrollo del mundo occidental americano. El poeta y filósofo cubano expone la aspiración de edificar sociedades humanamente emancipadas a partir de situar como ley primera de las repúblicas nacientes, haciendo

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