Utopía y Praxis Latinoamericana - Vol. 25 - Núm. 89
Utopía y Praxis Latinoamericana; ISSN 1316-5216; ISSN-e 2477-9555 Año 25, n° 89 (abril-junio), 2020, pp. 137-143 141 Del mismo modo que los Gobiernos han aceptado un sistema que actualmente beneficia a las corporaciones a expensas del interés público, también tienen el poder para cambiar dicho sistema. El objetivo de atraer inversiones productivas para satisfacer las necesidades de las personas no puede hacerse efectivo en el contexto del defectuoso marco por el que se rigen los tratados de inversión (2012, p.72). En este apartado y en el resto de su documento, las autoras caen en el presupuesto de los Estados como actores racionales y unitarios, capaces de modificar las reglas y dinámicas del sistema internacional a voluntad. Para ellas, los Estados “aceptaron” un sistema que actualmente beneficia a las corporaciones y así mismo ellos pueden cambiar ese mismo sistema que crearon. La apreciación de Eberhardt y Olivet desconoce el peso que el sistema internacional y su estructura tienen para constreñir a los Estados a aceptar unas reglas y ceñirse a ellas. Es por esto que la visión de las dos autoras tiende a caer en el reduccionismo y en la sobredimensión del papel estatal. Otro presupuesto que corre el riesgo de desviarnos del foco de análisis y que también se puede entrever en esta cita es el del Estado como un actor “con buenas intenciones, pero pocas capacidades”. Las implicaciones éticas de tal juicio desconocen la forma en que el aparato estatal (que no es lo mismo que el Estado en sí) ha sido instrumentalizado por una clase hegemónica para ejercer supremacía sobre el resto de los grupos sociales. De ahí, que el Estado haya terminado por representar dispositivos y prácticas de inclusión y exclusión patentes tanto en los actos de lenguaje como en la distribución de bienes materiales (Linklater: 1990). Una teoría del Estado debe indagarse igualmente por la posibilidad de que éste no sea solo una víctima de las disposiciones de una elite transnacional, sino que sea también funcional a este modus operandi . Urge de este modo abrir la “caja negra” y ver cómo las propias elites del Estado (y que hablan en su nombre) son parte activa de la exclusión del grueso de la población. El Estado aparece entonces más como un obstáculo que como un facilitador. En segundo lugar, el cuestionamiento de la manera en que Estado y bloque histórico se relacionan para ejercer la hegemonía no tendrían ningún sentido para las teorías críticas si no existiera una exhortación a la acción. Dicha acción debe pasar necesariamente por el entendimiento de las prácticas de exclusión. Que el campo de estudio en el que nos desenvolvemos no está, como dice Marc Neufeld “‘dado’ sino que es ‘elaborado’, por lo cual es capaz de ser ‘reelaborado’” (1993). Por ende, se hace imperioso superar la fetichización del Estado. Cuestionables experiencias previas como la revolución bolchevique o la gran marcha de Mao Zedong nos hacen pensar que, si tomamos el Estado como un “instrumento” que las clases subordinadas deben controlar para subvertir el orden preestablecido, la dicotomía inclusión/exclusión no será dirimida, sino que simplemente cambiará de protagonistas. El llamado, así las cosas, no es por una guerra de movimientos por el control del aparato estatal sino por una guerra de posiciones en las que campo de disputa sea la sociedad civil. Es a construir prácticas contra- hegemónicas que convoquen a los excluidos y transformen la forma en que los humanos de relacionan entre sí (Cox: 1987). Es a trascender los discursos y las metanarraciones que nos han naturalizado un mundo injusto y excluyente y re-crear este mundo desde perspectivas alternativas y más amplias (Ashley: 1988). Es a ver “al otro” no como una amenaza a mi supervivencia sino como un aliado para el logro de objetivos comunes (Wendt: 1992). Es a abandonar la lealtad impuesta e impostada hacia el Estado-nación y volcarla hacia la humanidad como un todo inescindible (Linklater: 1990). Esta revolución de las lealtades no sería operativa sin el concurso de intelectuales orgánicos contrahegemónicos que cuestionen y desafíen la manera en que entendemos el mundo y nos relacionamos con nuestros iguales. En la transformación democrática de las mentalidades puede haber una interesante estrategia para la emancipación social.
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