Pensamiento Crítico

8 al stalinismo) y toda estética normativa. Al año siguiente continuaron esta discusión Juan J.Flo, Jorge Fraga y Tomás Gutiérrez Alea 8 . * (c) En 1964 hubo un acalorado debate entre José A.Portuondo y Ambrosio Fornet sobre el arte de vanguardia, la estética revolucionaria, el realismo, el snobismo, el populismo, György Lukács y Roger Garaudy y la división cultural en Cuba entre La Habana y el Oriente, discusión que se extendió en el caso de Fornet hasta la crítica abierta a García Galló (el director, de estricta orientación “ortodoxa”, del Departamento de Filosofía, que reemplazó a Arana, y que precedió al núcleo inicial de Pensamiento Crítico ) 9 . * (d) Otra polémica fue la que enfrentó en 1966 a Jesús Díaz con Ana María Simó, por un lado, y con Jesús Orta Ruiz (“el Indio Naborí”) por el otro. Ambas discusiones giraron en torno al problema de las generaciones literarias en Cuba revolucionaria, las ediciones “El puente” y su vínculo con la política, y también sobre la relación entre la literatura revolucionaria, la “alta cultura”, la vanguardia y la literatura populista 10 . * (e) Ya no en el terreno estético, sino en el pedagógico, en 1966 Lionel Soto, Félix de la Uz y Humberto Pérez se enfrentaron con Aurelio Alonso en torno a la utilidad o no de emplear manuales en la enseñanza del marxismo 11 . * (f) Finalmente, en 1967 –año en que nace la revista Pensamiento Crítico - Aurelio Alonso se enfrenta con Lisandro Otero por las opiniones de éste último en el primer editorial de Revolución y Cultura 12 . Haciendo un balance sintético y de conjunto de todas estas discusiones y confrontaciones —principalmente sobre las referidas al arte— Roberto Fernández Retamar ha señalado que: “Simplificando los términos de esas polémicas, que involucraban a artistas y a algunos funcionarios, sus extremos podrían ser, uno (sobre todo el de algunos funcionarios), la postulación de un arte más o menos pariente del realismo socialista; otro (el de la gran mayoría de los artistas), la defensa de un arte que no renunciara a las conquistas de las vanguardias” 13 . Sin embargo, si las recorremos en su conjunto y si las ubicamos en el contexto histórico que atravesaba la revolución en los años ‘60, aquella disputa que bien señalaba Fernández Retamar se inscribía en un plano mayor. El debate no era sólo estético, literario, cinematográfico, ni circunscripto a las ciencias sociales. Por supuesto, tampoco era sólo académico. Era también político. Lo que se estaba discutiendo abarcaba el rumbo estratégico de la revolución en su conjunto. En la política, en las ciencias sociales y en la cultura. Entre “el sectarismo” político y el burocratismo contra el cual arremetían Fidel Castro y el Che Guevara y las posiciones “ortodoxas” en esas polémicas estéticas e ideológicas había un hilo negro de continuidad. Por eso Jorge Fraga pudo decir en su polémica de 1963 con Mirta Aguirre que: “El «culto a la personalidad» no es otra cosa que la fase superior del sectarismo”. En otras palabras, el stalinismo no era más que la lógica y correlativa prolongación política de las posiciones “ortodoxas” que en el terreno de la ideología se hacían en defensa de la teoría del reflejo, del realismo socialista, de los manuales soviéticos, de la estética normativa e incluso del reclamo por que en Cuba no se pudieran ver todas las películas del mundo. Y esas posiciones “ortodoxas” no eran

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