Pensamiento Crítico

5 partir de allí como un dato evidente de la misma realidad. La rebelión juvenil (desde el pelo largo y la música de rock hasta la modificación de las costumbres sexuales y la rebelión estudiantil antiautoritaria), la rebelión contra la opresión racial, la rebelión anticolonial y la insurgencia armada anticapitalista, fueron diversos movimientos de una misma sinfonía epocal. No sólo se resquebrajaba el orden social, económico y político del capital a nivel mundial. También entraba en crisis su dominación cultural . La extendida influencia de la revolución cubana no fue de ningún modo ajena a ese fenómeno. De allí que hoy, a más de cuatro décadas de aquel momento y a contramano del eurocentrismo aún reinante en los estudios académicos contemporáneos, para comprender a fondo los legados de las ciencias sociales en América Latina debamos revisitar la producción cultural de la revolución, sus debates en el terreno de las ciencias sociales y sus polémicas intelectuales durante la década del ’60. Este ejercicio constituye un momento imprescindible si de lo que se trata es de repensar el aporte específico de las ciencias sociales latinoamericanas al pensamiento social mundial. Pero esa reconstrucción no puede reincidir en los vicios metodológicos del pasado. Ya es hora de abandonar definitivamente el economicismo —pretendidamente “marxista ortodoxo”— según el cual los intelectuales críticos y revolucionarios son catalogados a priori como “pequeñoburgueses” (por tanto, siempre sospechosos de “traición” a los principios radicales... o siempre tentados de aceptar la cooptación del poder). Desde ese registro sociológico, si la pequeñoburguesía es —según los clásicos del marxismo— una clase social oscilante y vacilante... entonces la intelectualidad sería, por definición, pasible de defeccionar, de oscilar, e incluso de traicionar. A partir de esta metodología reduccionista de análisis, el intelectual termina siendo definido únicamente como pequeñoburgués, tomando como base un criterio exclusivamente económico. Se soslaya de este modo su función específica en la disputa cotidiana entre las grandes concepciones del mundo, como constructor de hegemonía y operador en la batalla de las ideas y los valores en juego. Así, la cultura termina concibiéndose de un modo mecánico como un epifenómeno secundario, deducible —sin mediaciones— directamente de la economía. De esta manera se aborta de antemano cualquier posible intento contrahegemónico mientras se le niega a los revolucionarios (y a las clases subalternas que éstos defienden) la posibilidad de combatir la supervivencia del capitalismo en el renglón específico de la dominación cultural. Los ’60 y la revolución cubana ¿Qué se recuerda hoy de los años ‘60 en el campo de la cultura y las ciencias sociales latinoamericanas? ¿Cuáles fueron sus aportes específicos? A la hora de hacer el racconto y el balance histórico habitualmente se enumeran: el boom de la nueva novela, la teoría de la dependencia, el nacimiento de la teología de la liberación (aunque su primera sistematización corresponda a los años ’70), el nuevo cine, el nuevo periodismo testimonial, y la pedagogía del oprimido. Lo paradójico, curioso y sorprendente es que rara vez se subraya cuánto le deben todas aquellas innovaciones a la revolución cubana.

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