Pensamiento Crítico

24 althusserianos estrictos que dividieron a la filosofía marxista durante los años ’60, muchas veces resultó por ambos bandos incuestionado. En otras palabras: hacía falta una lectura política del propio Marx. Esa lectura política (de ahí la insistencia de Martínez Heredia en destacar los “presupuestos ideológicos”...) no era inocente. El autor la proponía desde la óptica de la revolución cubana y su estrategia de lucha armada, aparentemente tan alejada de la filología marxiana en la que se movía este ensayo. Sólo desde allí se comprende que Martínez Heredia plantee: “Es comprensible que Babeuf y Sylvain Maréchal remitieran el derecho de los trabajadores al derecho natural, y que Proudhon, el obrero-economista, calificara a la propiedad burguesa con los epítetos de la moral burguesa; pero no lo es tanto que un siglo después de Marx tanta literatura socialista opere con los conceptos de libertad, igualdad, fraternidad, democracia, paz (la paz sin apellido es la paz burguesa desde los tiempos de Hugo Grocio). Todavía subsiste esa fraseología en la literatura política de países socialistas, que reivindican a veces instituciones e ideologías que pertenecen al régimen burgués temprano”. ¿Desde dónde se hacía semejante impugnación a las concesiones ideológicas que, en nombre del “marxismo ortodoxo”, realizaban los países del Este europeo frente al liberalismo? El cuestionamiento se realizaba desde la revolución cubana y desde el “izquierdismo teórico” al cual Pensamiento Crítico le dedica precisamente el dossier de ese N° 41 donde aparecía el trabajo de Martínez Heredia, y otro en el cual Jorge Gómez Barranco arremetía contra “Los conceptos del marxismo determinista”. En este último, Gómez Barranco intentaba descentrar las categorías clásicas del Prólogo de Marx a la Contribución a la crítica de la economía política de 1859 —texto madre de las interpretaciones objetivistas y deterministas—, para concluir con que la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción sólo se podía comprender a nivel mundial si se partía de la traba objetiva que el capitalismo imponía a los países subdesarrollados. Éstos últimos habrían demostrado que “la época de revolución social no había sido abierta por las acciones y reacciones de la estructura y la superestructura” sino por “una vanguardia revolucionaria” desencadenante de la voluntad revolucionaria y la toma de conciencia. En ese mismo N° 41 también se incorporaban dos textos emblemáticos: “La conciencia de clase” de Historia y conciencia de clase de György Lukács, y “Marxismo y filosofía”, del libro homónimo de Karl Korsch. La apelación a la herencia historicista de Lukács y de Korsch, y su lectura y estudio, era fundamentada en ese editorial del N° 41 como un ejercicio necesario para desmontar “el simple expediente de considerarlo [al marxismo] siempre igual a sí mismo”, hecho que produciría “la detención dogmática” de la herencia de Marx y Lenin en “un peso muerto”. Esa editorial explicitaba en una breve pero tajante sentencia el presupuesto básico general desde el cual el Departamento de Filosofía investigaba y enseñaba esta disciplina, tanto en clase como en las distintas ediciones de Lecturas de filosofía : “El marxismo tiene historia”. Aunque resulte paradójico o sorprendente, en el manuales oficiales de la Unión Soviética y los países del Este europeo el marxismo no tenía historia . Se lo consideraba y se lo divulgaba como un sistema lógico cerrado, con sus categorías, leyes y citas consagradas. La opción epistemológica y política encerrada en la consigna-programa “El marxismo tiene historia” apuntaba, precisamente, a desmontar esa legitimación

RkJQdWJsaXNoZXIy MTA3MTQ=