El Vuelo del Fénix
87 Miguel Ángel Contreras Natera sino también a sus ideas económicas. Y es una causa de su posterior debacle” (Benjamín, 2008:311). Cualquier intento de reparar al capitalismo pasa por mante- ner su funcionamiento general en tanto el logro constructivo de una obra como El capital consiste en visibilizar “que las injusticias y desigualdades forman parte estructural de este sistema total, con lo cual nunca pueden ser reformadas” (Jameson, 2013:180). Sobre todo, por los intentos de la socialdemocracia en sus versiones con- temporáneas, de contener o conjurar la conflictividad intrínseca de la relación capital-trabajo mediante la mediación jurídica del Estado social en tanto “el proceso de trabajo es subsumido bajo el capital, es decir, queda envuelto en el interior de las relaciones capitalistas de producción de tal forma que el capital interviene como su director o administrador” (Negri y Hardt, 2003:40). El programa neoliberal con su ofensiva político-cultural se proponía una restructuración global de las relaciones de trabajo reorientando radicalmente el ám- bito de los derechos sociales hasta convertir la precariedad en un sentido común epocal. En sentido estricto, la política de la globali- zación neoliberal es esencialmente la protección de la política de la desregulación y la precarización que la hizo posible desde mediados de la década de los setenta. Por un lado, la explotación de las opor- tunidades de ganancias especulativas que ofrecía la desregulación fi- nanciera. Y por el otro, el desmantelamiento de los derechos sociales como consecuencia de la política de reducción de los costos salaria- les. Ambas políticas desregulación y precarización contribuyeron a consolidar el imaginario posesivo-neoliberal . Todo evento individual es subsumido a las rígidas representaciones naturales del orden po- sesivo del mercado. El individuo desafiliado es aquel que ha roto, una detrás otra, todas sus conexiones, que ya no está inserto en ninguna red, que ya no for- ma parte de ninguna de las cadenas cuyo engarce constituye el tejido social y que se ha vuelto por ende, inútil para el mundo (Boltanski y Chiapello, 2010:448). En esta dirección, el nuevo espíritu del capitalismo penetra el con- junto de representaciones sociales prescribiendo las nuevas reglas de gestión empresarial (con su simbología de poder) con sus intrínse- cas consecuencias. Igualmente, proporciona el discurso legitimador de las prácticas sociales (incluyendo las formas de exclusión social), políticas (en su variante tecnocrática) y culturales (en cuanto racis- mo diferencialista) en tanto dispositivos de reproducción material y simbólica. En el sistema histórico capitalista, la configuración de una
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