El Vuelo del Fénix

47 Pablo González Casanova primordiales, el del fin de los Monarcas y los señores feudales que pronto se aburguesaron, el de un predominio creciente de la revolu- ción industrial que iba más allá de la mercantil y usurera, y el de una movilización popular que en la Revolución Francesa reunió muchos más ciudadanos, y “pobres” o proletarios, que cualquier otro levanta- miento vivido en Europa. En la Revolución Francesa se expresaron las nuevas fuerzas que pretendían dominar en sus países y en el mundo, ganando al final sobre todas ellas, una alianza encabezada por “la burguesía” que contó, tarde o temprano, con más o menos contingentes ve- nidos de las aristocracias y los militares rebeldes, crecientemente aburguesados. En el curso de esos tiempos ya se habían manifestado utopías o paraísos laicos a descubrir o a construir, con éstos que fueron la base del “socialismo utópico” representado en las incipientes cien- cias sociales por Sismondi, y, en la lucha de clases por quienes se sentaron a la izquierda de la Asamblea General organizada por las fuerzas rebeldes, entre cuyas aportaciones hay por lo menos una que es válida hasta hoy. Al discutirse en una sesión de la Asamblea en quién debía recaer la soberanía, si en el rey o en la República, la izquierda de la Asamblea sostuvo: “La soberanía no debe recaer ni en el rey ni en la República. La soberanía debe recaer en el Pue- blo”. Así dijo. Desde entonces se escuchó ese clamor y ese proyecto que define hoy mismo lo más nuevo y vivo de los movimientos realmente radi- cales. La soberanía debe recaer en el pueblo, la soberanía debe cons- tituir el poder supremo del pueblo, y no el poder de los esclavistas, como éstos quieren, ni el de los mercaderes, ni el de los romanos im- perialistas de entonces y de ahora, sino el poder de los trabajadores, de los pueblos y de los ciudadanos, que en la definición de lo que es un ciudadano y de lo que es una democracia, incluyen al trabajador metropolitano y al colonizado, con sus respectivos pueblos y estirpes, que no “crías como de animales”, ni padres abierta o hipócritamente “animalizados”, como los tratan hoy quienes se dicen ciudadanos y demócratas, o cínicamente nazis y racistas, quienes, con una defini- ción imperativa, declaran que su dictadura es “democracia” y que la de cualquier pueblo trabajador es “dictadura”. Desde aquel rincón que se hallaba a la izquierda de la Asamblea General quedó muy claro que la lucha no es por la democracia de los esclavistas, no es por la democracia de Pinochet, como en 1972 pre- tendió un plumífero al servicio de los imperialistas y de sus aliados locales, que hoy siguen dominando, desde Estados Unidos de Nortea- mérica con sus aliados nativos reales y virtuales, mientras califican a

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