El Vuelo del Fénix
EL VUELO DEL FÉNIX 46 numerosas expresiones que lo llevaban a vivir una fe arraigada en el Cristo liberador, y una razón, no menos vigorosa, adquirida en las luchas emancipadoras que vienen de Karl Marx. Al comandante Chávez, por otra parte, lo precedieron o acompa- ñaron otros dos líderes revolucionarios que hicieron del respeto a los creyentes uno de sus más firmes valores cotidianos. Entre ellos desta- có el comandante Fidel Castro y se inscribe el sub-comandante Mar- cos, hoy Galeano, con éste que manifestando su propio pensamiento, vive y respeta a quienes en “Los Caracoles” mayas son creyentes, y –que entre los comandantes cuentan desde el principio y hasta hoy– con el comandante David, sabio en teología. Pero volviendo a la desaparición de Dios en las ciencias humanas es indudable que ésta se dio a lo largo de varios siglos –y hasta el día de hoy–, en medio de poderosos obstáculos para expresar ese otro gran salto que requiere concebir y expresar los obstáculos que no sólo ocurren al nivel de la conciencia sino en el propio inconsciente perso- nal y colectivo. Entre los recursos retóricos con que los desacralizadores de la ciencia trataron de protegerse de la hoguera real, o de ser incluidos en el “índice de los herejes”, uno consistió en impulsar lo que hace cinco siglos era ratificar su creencia en la verdad, que Dios poseía en forma exclusiva, y en expresar en seguida sus pensamientos laicos, sin que por ello lograran que su nombre y obra no fueran incluidos en el “índice” inquisitorial. Uno de ellos fue Descartes, quien firmemente sostuvo que sólo Dios alcanza la verdad, lo que le permitió formular su bella frase del “pienso luego existo”, en la que seguramente los inquisidores vieron lo que es cierto, la separación del conocer y el creer, de la ciencia y la creencia, pues a diferencia de Santo Tomás que asignaba toda verdad a Dios, Descartes cayó en la herejía de que se podía conocer sin el recurso a Dios afirmando que el conocer del yo era prueba del ser. Descartes, con su inolvidable frase propuso al ego como prueba, y como prueba de la existencia. Los inquisidores advirtieron, desde la escolástica, y desde la poderosa Inquisición, la diabólica pedante- ría de que el ego fuera la prueba del ser y del conocer. Pero a pesar de los inquisidores, Descartes separó el conocimiento, de la “verdad de Dios”. Muchos pensadores, filósofos, escritores y políticos, de toda una época, conocida como “la Ilustración”, fueron parte de un inmenso cambio ideológico y masivo, que incluyó toda la visión de la vida y del mundo. El cielo bajó a la tierra, y, a la tierra subió el infierno. Todo problema divino, o diabólico, se volvió un problema terrenal. Su de- rivada principal en la sociedad y en la economía planteó tres cambios
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