El Vuelo del Fénix
325 Renán Vega Cantor un crecimiento ilimitado, como el postulado por los ideólogos del capitalismo realmente existente, para quienes no habría ningún tipo de barrera, ni natural ni social, que pueda impedir una expansión incontenible de la producción de mercancías y la acumulación de capital. Porque, en pocas palabras, “la dinámica del capitalismo de consumo masivo desemboca en la aberración de un planeta para usar y tirar. Frente a esto el ecologismo es insurgente: ¡la Tierra no es desechable!” (Riechmann, 2004:113). Para concluir, en la lucha contra el capitalismo y la forma mer- cancía que lo domina es vital reivindicar seis principios básicos, tal y como nos lo recomienda el poeta y filósofo español Jorge Riechmann. De manera muy sintética mencionemos cada uno de esos principios, imprescindibles en un proyecto ecosocialista. El principio de precaución es indispensable para contrarrestar el “impulso fáustico y luciferino de la tecnociencia” que se niega a acep- tar la idea de límites humanos y naturales a su impulso destructor y para plantear un urgente mensaje de no hacer todo lo que se quiera sin medir las consecuencias y operar después en forma tardía e inútil sobre los daños causados, como lo podemos apreciar hoy con la ener- gía nuclear y con la ingeniería genética. En términos de producción de mercancías, como en el caso de la tecnociencia, no todo lo que se quiera se debe hacer, no sólo porque los resultados son impredecibles, sino porque es un comportamiento absolutamente irresponsable con nosotros y con todos los seres vivos. El principio de solidaridad sincrónica y diacrónica entre las po- blaciones de todo el mundo y con las generaciones de hoy y las de mañana, porque no se puede aceptar que los beneficios que produce la producción de mercancías a unas pocas porciones de la población mundial se hagan a costa del sacrificio, sufrimiento y destrucción de los pobres, de los países dependientes y de los ecosistemas. No pode- mos aceptar a nombre de pretendidos avances tecnológicos y científi- cos que se justifique un apartheid tecnosocial e histórico que sólo pien- sa en el confort inmediato que proporcionan los inventos sin medir las consecuencias de los mismos con respecto al resto de los mortales y de nuestros herederos, a los que les estamos dejando sólo desechos, contaminación y miseria generalizada. El principio democrático que suponga la participación conscien- te y activa de los sujetos sociales en lo concerniente a las decisiones sobre la producción y consumo que, finalmente, inciden en la vida de todos nosotros. Hay que contrarrestar la arrogancia tecnocrática de los pretendidos expertos que nos dicen que ellos lo saben todo en lo referente a la producción de mercancías (como los economistas neoliberales) y su sapiencia está a prueba de errores y que sus técni-
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