El Vuelo del Fénix

EL VUELO DEL FÉNIX 318 ven algunas sociedades indígenas en el Amazonas y en otros lugares de la tierra que no conocen las mercancías) y sólo se ha generalizado en la última parte del siglo XX. A pesar de esa breve fracción de tiem- po, los portavoces del capitalismo (encabezados por los economistas) nos dicen que la mercancía siempre ha existido, que es consustancial a la naturaleza humana y, en consecuencia, es imposible concebir un mundo sin mercancías y, sin la principal de ellas, el dinero. Para adorar las mercancías han aparecido los sacerdotes del cul- to, economistas, teóricos de la comunicación, mercachifles y comer- ciantes. Ellos se han encargado de difundir por el mundo la “buena nueva” de que la existencia de mercancías es sinónimo de progreso y su consumo garantiza el confort y la libertad. No es de extrañar que hayan cobrado fuerza las teorías que exaltan la soberanía del consu- midor como máxima expresión de la libertad humana y algunas de sus versiones más “refinadas” lleguen a afirmar sin ningún desparpajo que las “mercancías ayudan a pensar” y “los ciudadanos somos tam- bién consumidores” y “el mercado de opiniones ciudadanas incluye tanta variedad y disonancia como el mercado de la ropa y los entrete- nimientos” (la desafortunada expresión es de García Canclini, 1995; un libro que puede considerarse como una apología al fetichismo de la mercancía) . Los centros comerciales y los supermercados han sido erigidos como los templos en los que se adoran de día y de noche las mercan- cías y ante ellas, brillantes y lustrosas, se inclinan millones de seres humanos. Las mercancías son adoradas como cualquier fetiche: au- tomóviles, teléfonos celulares, computadores, televisores, perfumes, vestidos… aparecen dotados de vida propia, como si no fueran pro- ductos sociales –resultado del trabajo humano– sino cosas misteriosos que han resultado de la nada o que siempre han existido porque son productos naturales, sin tiempo y sin historia, cosas embrolladísimas, llenas de “sutileza metafísica y caprichos teológicos”, como decía Car- los Marx al comenzar El Capital. En el capitalismo actual el culto a la mercancía se ha convertido en todo un espectáculo, por ello Guy Debord señalaba a fines de la dé- cada de 1960 que “el espectáculo es el momento en que la mercancía ha conseguido la ocupación total de la vida social”, y en esa sociedad “la mercancía se contempla a sí misma en un mundo por ella creado”, en donde “el espectáculo no canta a los hombres y sus armas, sino a las mercancías y sus pasiones” (Debord, s/a). El fetichismo de las mercancías como cualquier otro fetichismo (que dota de vida propia a cualquier objeto inanimado) le da un háli- to misterioso a las mercancías, atribuyéndoles las características del mundo social a esos valores de cambio. Los seres humanos parecemos

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