El Vuelo del Fénix
EL VUELO DEL FÉNIX 312 le son inaccesibles, y además, asimismo, en la clase de artículos de consumo necesarios que en la mayor parte son, de ordinario, medios de consumo “necesarios” sólo para la clase de los capita- lista, lo cual provoca a su vez un aumento de los precios (Marx, 1984:501-502 vol 5). Después del fin de la Segunda Guerra Mundial se produce una “ex- plosión del consumo” –lo que llevó a que algunos autores acuñaran la vaporosa denominación de “sociedad de consumo”– que está aso- ciada a los incrementos en la producción de mercancías, que a su vez son el resultado, desde el punto de vista material, de la existencia de fuentes abundantes de energías fósiles, principalmente petróleo, y de los notables desarrollos de la tecnociencia aplicada a la indus- tria y a la agricultura. Y desde el punto de vista social, eso sólo es posible con la explotación de importantes contingentes de fuerza de trabajo en el mundo. Con petróleo y materiales se produce una gran cantidad de mercancías, muchas de las cuales en la época de Marx podían considerarse como propias de un consumo suntuario (como los medios de transporte privados, v.g. el automóvil) o que incluso no existían (como los electrodomésticos), pero que en algunos lugares, como en Europa central y nórdica, así como en los Estados Unidos se extienden al consumo cotidiano de importantes sectores de la po- blación, incluyendo a los trabajadores. Ese proceso se ha expandido en las últimas décadas a otros países, China por ejemplo, donde se impone el mismo modelo de producción-consumo derrochador de energía y materiales, y se origina en la explotación intensiva del tra- bajo humano. Así las cosas, ¿qué queda de lo necesario e indispensable y a donde llega lo superfluo o innecesario? Por necesario deberíamos definir a aquello que es indispensable para mantener el organismo humano y desarrollar una vida socialmente aceptable. Necesario es el consumo diario de 3000 calorías que requiere el organismo humano para reponer las energías gastadas, más allá de ese punto puede considerarse el consumo de calorías como innecesario, lujo- so e incluso perjudicial, lo que se evidencia, para señalar un caso, en el consumo de calorías, en forma de alimentos, de un estadou- nidense promedio, con respecto a un haitiano. Mientras el primero consume 3.620 kilocarías, el segundo consume 1.830. Es decir, que uno está sobrealimentado y el otro se encuentra subalimentado y desnutrido. Pero si tenemos en cuenta el consumo de energía per cápita (en la que se incluye el uso de cualquier fuente energética y su conversión final en electricidad) las diferencias son más apa- bullantes: en el 2003, un haitiano tenía un consumo de 270 kiloca-
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