El Vuelo del Fénix

237 Jorge Veraza Urtuzuástegui de plusvalor y luego su realización en el mercado vendiendo esa otra parte de sí mismo que es la mercancía que contiene dicho plusvalor. Y parte del llamado capital fijo es también el lugar en que está em- plazado el proceso de producción capitalista, la fábrica, por ejemplo. Así que ahora tenemos subsumido el espacio al capital; y lo tenemos, no sólo en general sino, incluso, poseyendo cualidades ambientales específicas propicias para su explotación o que oponen obstáculos a la misma. Así que una medida de capital espacialmente determinada en general y en la que el espacio se encuentra subsumido al capital, es lo que acabamos de alcanzar implícitamente. Para encontrar una determinación más concreta del espacio subsumido al capital, debemos desplazarnos, ahora, hasta la sección sexta del tomo III, dedicada al tratamiento de la renta de la tierra. Aquí no es la relación técnica de arraigo forzoso del proceso produc- tivo en algún lugar del planeta –como dice Marx en el capítulo 13 del tomo I, “Maquinaria y Gran Industria”, contrastando la hazaña de la máquina de tener dentro de sí la fuerza motriz y no requerir de una fuente externa de energía para moverse, con su necesidad de estar plantada en algún lugar, cualquiera que sea–, ni que tal arraigo técni- co imprescindible para la máquina, sea la ocasión para que el capital subsuma un segmento territorial como parte de su proceso de valori- zación, como vimos a propósito de la rotación de capital; ahora tene- mos que el territorio se ha vuelto social, pues queda determinado por las relaciones sociales; y según las mismas es posible que una clase de propietarios privados particulares se apropie del territorio y lo monopolice, a fin de exigir una renta por él. De suerte que la presión de estos sobre la necesidad técnica de los capitalistas industriales de emplazar espacialmente sus lucrativos procesos de explotación, logra arrebatarles si no el plusvalor, sí parte de las plusganancias que de otra forma podrían embolsarse. Y así llegamos a la enormi- dad no sólo de que la tierra parece arrojar dinero como fruto sino de que la renta del suelo en tanto relación de producción heredada por modos de producción anteriores al capitalismo industrial deviene en renta del suelo capitalista basada en el plusvalor explotado a la clase obrera. Y el suelo, si quiere ser subsumido técnicamente (realmente) por el capital, primero debe quedar subsumido formalmente por las relaciones burguesas como un todo y por la clase terrateniente en particular. De manera que la medida de capital ha quedado social- mente determinada; pues ahora es, además, lucrativa y arroja una renta. Y ya no sólo es el espacio en el que tiene lugar la explotación de una cantidad determinada de plusvalor, con una COK dada, etc., así que es un espacio encantado en el que no sólo las máquinas arro- jan ganancias sino que la tierra sobre las cuales se emplaza, también.

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