El Vuelo del Fénix

105 José Guadalupe Gandarilla Salgado Marx, por su parte, está escribiendo el libro del espectral fetichis- mo de “las cosas puestas para el cambio”, un volumen que abre a la consideración filosófica el carácter enigmático de la redondez plena del mundo, y es de su interés alertar del sitio que está siendo reserva- do a la condición humana ante una máquina infernal construida en múltiples pliegues que brotan del empalme de la era colonial/mercan- til con la época capitalista y que, como el vampiro, chupa la sangre al trabajador libre. Su contexto es ya el de la modernidad madura del industrialismo inglés victoriano que, cual Frankenstein liberado, basa por igual su expansión, crecimiento y profundización en el co- lonialismo interno sobre Irlanda como en el externo sobre la India, y de cotidiano se fragua en el carácter bifacético del trabajo (con sus talleres clandestinos y otras factorías ya científicamente intervenidas), y del consumo (reducido a cubrir necesidades mínimas y a expulsar dimensiones morales, culturales, de la reproducción del contingente obrero). Como en la pintura de El Bosco, el mundo pone en su centro el “cúmulo de mercancías”, un conjunto desordenado de signos apa- rienciales, de jeroglíficos sociales, y muestra en su desnudez la posi- bilidad de la grandeza humana, pero ese conjunto de entes cargados de existencia o realidad, de fantasía o de riesgo, están predispuestos a la estrecha vigilancia de los poderes de turno, tanto por el Dios de la cristiandad como por el monstruo pálido y frío que acecha (en la oscuridad) la orfandad de nuestras acciones y anuncia su condición de leviatán secularizado o de mecanismo auto regulado. Los seres humanos en su modesta intervención sobre el mundo, en la efímera realización de sus actos o en la persecución de sus objetos de deseo parecen conducir sus prácticas hacia oníricos placeres o hacia cala- mitosos sufrimientos, en una especie de temprana conceptualización del goce lacaniano. Como un “pintor de la vida moderna” (al decir de Baudelaire, quien fuera su contemporáneo), nuestro autor no quiere y no cree que en la inmediatez se resuelva el arcano, sabe que se ha de perma- necer en el misterio, prefiere que el observador (lector de su mun- do) se entregue a una epojé (una puesta en paréntesis hacia un juicio meditado), de lo contrario se ha de liquidar la acción en una mera hermenéutica, cuando lo que se busca es arribar a un acto de escla- recimiento, pues de lo que se trata es de liberar las prácticas, de salir del enigma (del mundo de la modernidad colonial/capitalista y sus fantasmagorías asociadas), solo así se ha de romper el orden que rige al tablero (como gusta decir Zizek), para hacer saltar la vida humana hacia otros planos, hacia otros derroteros, los que conscientemente pongamos bajo nuestro escrutinio, y no los que dicta el instrumen- to auto actuante en beneficio de sus personificaciones (el capitalista

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