El Vuelo del Fénix

EL VUELO DEL FÉNIX 104 ficación más amplia: “trabajar más que todo por la humanidad, no habrá carga que nos doblegue, puesto que son sacrificios en beneficio de todos”. Sumido ya en su militancia comunista, construirá, en una especie de compromiso velado con el saber enciclopédico, un corpus amplio que suma no muchos libros publicados (algunos, de importancia, de- jados en condición de manuscritos) y sí mucho encierro en el archivo, una diversidad amplia de ensayo periodístico y desbordantes trabajos de agitación política y rigor polémico. Todo ese conjunto ocupa su sitio en relación con el libro al que consagra más de la mitad de su vida. El Capital no es sino el resultado medianamente alcanzado de un proyecto que su autor vislumbró desde 1844 y que, con mayor siste- maticidad, redactó en versión primigenia desde 1857, un manuscrito trabajado hasta con obsesión, un palimpsesto de arbórea condición y desigual redondeo que involucró varias facetas, hasta exhibir su tríp- tica composición. Como inmejorable expresión del siglo xix , en la condición conflic- tiva de la vida moderna plenamente eurocentrada, afincada por igual en el embate capitalista y colonial respecto a lo otro y los otros, El Capital constituye un alegato a favor de un mundo configurado en el ejercicio práctico de nuestro sano juicio y no maniatado por la razón externa, por heteronomía del poder (así fuera lex divina, lex naturalis, lex mercatoria , o lex imperialis ). De lo contrario, la promesa abierta en la nueva instancia del mundo será exangüe y fugaz, toda vez que la experiencia humana se auto limitaría en una “sociedad como la actual, en que la forma mercancía es la forma general que revisten los productos del trabajo”. La rueca de la historia, en el trabajo de los siglos, se rigió du- rante casi un milenio, por el sacro predominio de las monoteístas religiones del libro y luego, con la crisis del mundo medieval y el vio- lento arrebato del “Nuevo Mundo”, creyó encontrar sus principios trascendentales en el libro de la naturaleza, tan bella y enigmática- mente expuesto en el tríptico de El Jardín de la delicias de El Bosco. Parte del arte flamenco de la modernidad temprana de los Habsbur- go, sus trazos, en su siglo xvi , remiten al comercio de los esclavos en Flandes y a una disposición de piezas que parecía interminable con la triangulación marítima atlántica, ingredientes ambos del fragor mismo de la hegemonía holandesa para el siglo xvii : no por casuali- dad el lienzo será reseñado primeramente como una “pintura de la variedad del mundo” o, desde otro ángulo, como expresión estética de una vida desvariada, en contra-sentido al normal transcurrir, in- vocación primera del surrealismo, de cómo el mundo puede mostrar otras caras.

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