1917
371 y la necesidad empujaban a millares y millares de seres por la senda de la delincuencia, de la corrupción, de la pillería, del olvido de la dig- nidad humana; de esa sociedad que inculcaba inevitablemente a los trabajadores este deseo; evadirse de la explotación, aunque fuese con engaños; librarse, deshacerse, aunque no fuese más que por un mo- mento, de un trabajo odioso; procurarse el pedazo de pan de cualquier modo, a cualquier precio, para no pasar hambre, ni ver hambrientos a sus familiares. Los ricos y los pillos forman las dos caras de una misma me- dalla; son las dos categorías principales de parásitos nutridos por el capitalismo, los principales enemigos del socialismo. Esos ene- migos deben ser sometidos a la particular vigilancia de toda la po- blación, deben ser castigados implacablemente en cuanto cometan la menor infracción de las reglas y las leyes de la sociedad socialista. Toda debilidad, toda vacilación, todo sentimentalismo constitui- rían, en este aspecto, el mayor crimen contra el socialismo. Para que la sociedad socialista quede inmunizada contra esos parásitos hay que organizar la contabilidad y el control de la can- tidad de trabajo, de la producción y distribución de los productos, contabilidad y control ejercidos por todo el pueblo y asegurados voluntaria y enérgicamente, con entusiasmo revolucionario, por millones y millones de obreros y campesinos. Y para organizar esa contabilidad y ese control, completamente accesibles , enteramente al alcance de las fuerzas de todo obrero y de todo campesino hon- rado, activo y de buen sentido, hay que despertar sus propios ta- lentos de organizadores, los talentos que nacen en sus medios; hay que despertar en ellos y organizar en escala nacional la emulación en el terreno de la organización; hay que hacer que los obreros y campesinos comprendan claramente la diferencia entre el consejo necesario del hombre instruido y el control necesario del «sencillo» obrero y campesino sobre la frecuentísima incuria de las personas «instruidas». Esa incuria, esa negligencia, ese abandono, esa falta de puntualidad, ese apresuramiento nervioso, esa tendencia a susti- tuir la acción por la discusión, el trabajo por las conversaciones, esa inclinación a abordarlo todo y a no resolver nada, constituyen uno de los rasgos de las «personas instruidas» que nace, no de su mala
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