1917

368 Gógol, los «intelectuales» que odiaban a Belinski se separaron tam- bién con gran «dificultad» del régimen de servidumbre. Pero la causa de los explotadores y de sus lacayos intelectuales es una causa desesperada. La resistencia de estos elementos va siendo quebran- tada por los obreros y los campesinos —desgraciadamente, con una firmeza, con una resolución y una inexorabilidad aún insufi- cientes—, y acabará por ser definitivamente quebrantada . «Ellos» piensan que la «plebe», los «simples» obreros y cam- pesinos pobres, serán incapaces de cumplir la gran tarea de organi- zación que la revolución socialista ha impuesto a los trabajadores, tarea verdaderamente heroica en el sentido histórico-mundial de la palabra. «No podrán prescindir de nosotros», dicen, para conso- larse, los intelectuales habituados a servir a los capitalistas y al Es- tado capitalista. Pero verán frustrados sus desvergonzados cálculos. Ya empiezan a salir hombres instruidos que se pasan al lado del pueblo, al lado de los trabajadores, para ayudarles a romper la resistencia de los lacayos del capital. En cuanto a los organizadores de talento, que abundan en la clase obrera y entre los campesinos, comienzan ahora a tener conciencia de su valor, a despertar y a sentirse atraídos por el gran trabajo vivo y creador, a emprender por sí mismos la construcción de la sociedad socialista. Una de las más importantes tareas, si no la más importante, de la hora presente consiste en desarrollar todo lo posible esa libre iniciativa de los obreros y de todos los trabajadores y explotados en general en su obra creadora de organización . Hay que deshacer a toda costa el viejo prejuicio absurdo , salvaje, infame y odioso, según el cual solo las llamadas «clases superiores», solo los ricos o los que han pasado por la escuela de los ricos, pueden administrar el Es- tado, dirigir, en el terreno de la organización, la construcción de la sociedad socialista. Ese es un prejuicio mantenido por una rutina podrida y fo- silizada, por un hábito servil y, en mayor medida, por la inmunda avidez de los capitalistas, interesados en administrar saqueando y saquear administrando. No; los obreros no olvidarán ni un minuto siquiera que necesitan la fuerza del saber. El celo extraordinario que los obreros ponen en instruirse, hoy precisamente, atestigua que en

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