1917
363 de caudales es la esencia de los aullidos contra la violencia actual, obrera, que se aplica (por desgracia, aún con demasiada suavidad y poca energía) contra la burguesía, contra los saboteadores y contra- rrevolucionarios. «La resistencia de los capitalistas ha sido vencida», proclamaba el bueno de Peshejónov, ministro de los conciliadores, en junio de 1917. Este bonachón no sospechaba siquiera que la re- sistencias debe ser, en efecto, vencida ; que será vencida, y que eso se llama, en lenguaje científico, dictadura del proletariado; que todo un período histórico se caracteriza por el aplastamiento de la re- sistencia de los capitalistas; se caracteriza, en consecuencia, por la violencia sistemática contra toda una clase (la burguesía) y contra sus cómplices. La codicia, la repugnante, ruin y furiosa codicia del ricachón; el acoquinamiento y el servilismo de sus paniaguados: ahí está la verdadera base social de los aullidos que lanzan ahora los intelec- tualillos, desde Riech hasta Nóvoya Zhizn , contra la violencia por parte del proletariado y del campesinado revolucionario. Tal es el significado objetivo de sus aullidos, de sus mezquinas palabras, de sus gritos de comediantes acerca de la «libertad» (la libertad de los capitalistas de oprimir al pueblo), etcétera. Estarían «dispuestos» a reconocer el socialismo si la humanidad pasase a él de golpe, con un salto efectista, sin desavenencias, sin luchas, sin rechinar de dientes de los explotadores, sin múltiples tentativas por perpetuar los viejos tiempos o volver a ellos dando un rodeo en secreto, sin nuevas y nuevas «réplicas» de la violencia proletaria revolucionaria a estas tentativas. Esos paniaguados intelectuales de la burguesía están «dispuestos» a lavar la piel, como dice un conocido refrán alemán, pero a condición de que la piel quede siempre seca. Cuando la burguesía y los funcionarios, empleados, médicos, ingenieros, etc., acostumbrados a servirla, recurren a las medidas de resistencia más extremas, los intelectualillos se horrorizan. Tiem- blan de miedo y aúllan con mayor estridencia, proclamando re- tornar al «espíritu de la conciliación». Pero a nosotros, como los amigos sinceros de la clase oprimida, las medidas extremas de resis- tencia de los explotadores solo pueden alegrarnos, pues esperamos que el proletariado madure para el ejercicio del poder en la escuela
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