Resumen
Frente a múltiples voces que clamaban a los cuatro vientos que tras el colapso del bloque soviético en 1991 el socialismo había muerto, en pleno siglo xxi éste se muestra reformulado, reconfigurado y en práctica por diferentes rincones del planeta. En América Latina y el Caribe dicha ideología se encuentra en franco crecimiento. En este artículo se explican los pasos que han permitido que el pensamiento socialista esté de nueva cuenta no sólo en el centro del debate de las ideas, sino como sustento de proyectos de transformación tanto en gobiernos de la región como de importantes movimientos sociales.
Palabras clave: socialismo siglo xxi América Latina, Estado América Latina, movimientos sociales América Latina.
Abstract
Facing multiple voices clamoring at the four winds that, after the collapse of the Soviet bloc in 1991, socialism was dead, it shows up reformulated, reconfigured, and being practiced throughout different corners of the planet in the 21st century. In Latin America and the Caribbean, said ideology is found openly growing. In this article, the author explains the steps that have allowed socialist thought to be not only at the center of the ideological debate once again, but also the sustenance of regional government transformation projects as well as of important social movements.
Key words: socialism 20th century Latin America, State Latin America, social movements Latin America.
Planteamiento inicial
América Latina y el Caribe constituyen una región con desarrollos históricos y estructurales en común. No sólo destaca su pasado colonial, sino el proceso constructor de la nación —y la nacionalidad que se torna mayoritaria— bajo la imposición de grupos oligárquicos criollo-mestizos occidentalizados que niegan las realidades multiétnicas y plurilingüísticas de esos procesos nacionalistas.
Los países que conforman Nuestra América comparten movimientos de independencia y construcción del Estado que establecen nuevas formas de dominación política y económica; también, bajo la presencia injerencista de Estados Unidos, observamos una condición subalterna con problemáticas y procesos similares en la globalización neoliberal imperante que es, a la vez, un espacio de pensamiento compartido que nutre su identidad y el perfil de su futuro.
Desde el parámetro eurocéntrico y el cosmopolitismo estadounidense, en ocasiones se podrá sentenciar que la región no representa una temática significativa en el acontecer histórico y que su estudio resulta irrelevante en las ciencias sociales. Pero referirnos a lo latinoamericano no es asunto menor. Erróneamente se considera que las principales explicaciones para entender nuestros entornos se encuentran en esos espacios metropolitanos a los que es necesario tomar como modelos, no sólo en lo teórico sino también en sus fundamentos bibliográficos y empíricos, para analizar a la región y encontrar soluciones que resuelvan las diversas problemáticas existentes.
La dinámica de explicar el mundo bajo la relación Norte-Sur, división en la que nuestras naciones ocupan la periferia y la subordinación, no ha hecho sino limitar la búsqueda de alternativas a partir de la óptica del Norte. Por ejemplo, pensar que debemos tener como ideal de sistema político a la llamada “democracia occidental” —la democracia representativa, ahora vaciada de contenido y convertida en una democracia tutelada por los poderes fácticos— resulta un error de consideraciones estratégicas cuando el desarrollo histórico de nuestros países es totalmente diferente a los centros europeos, no sólo por el pasado colonial, sino por la propia composición de las sociedades latinoamericanas y caribeñas, en las cuales destacan los orígenes y la composición indígena y africana. Al respecto, es de señalarse la siguiente reflexión de Edgardo Lander:
Las actuales estructuras disciplinarias de las universidades latinoamericanas, con su parcelamiento burocrático de los saberes, obstaculizan severamente el abordaje de estos asuntos. Estas estructuras disciplinarias tienden a acentuar la naturalización y cientifización de la cosmovisión y la organización liberal/occidental del mundo, operando así como eficaces instrumentos de colonialismo intelectual… La formación profesional, la investigación, los textos que circulan, las revistas que se reciben, los lugares donde se realizan los posgrados, los regímenes de evaluación y reconocimiento del personal académico, todo apunta hacia la sistemática reproducción de una mirada al mundo y al continente desde las perspectivas hegemónicas del Norte, o desde lo que Fernando Coronil ha llamado el globocentrismo.[2]
En este sentido, existe un amplio abanico de representantes del pensamiento latinoamericano y caribeño en la época contemporánea, que desde el ámbito intelectual, académico y de la lucha política, han conformado una nutrida producción de ideas, teorías, conceptos y pautas para entender nuestra realidad. Entre otros, destacan Jesús Silva Herzog, Leopoldo Zea, Armando Hart, René Zavaleta, Pablo González Casanova, Ernesto Che Guevara, Emir Sader, Fernando Martínez Heredia, Gerard Pierre-Charles, Atilio Borón, Paulo Freire, Ramiro Guerra, Octavio Ianni, Leonardo Boff, José Carlos Mariátegui, Edgardo Lander, Aníbal Quijano, Raúl Prebisch, Gregorio Selser, Ruy Mauro Marini, Theotonio dos Santos, Vania Bambirra, Carlos Vilas, Suzy Castor, Edelberto Torres Rivas, Agustín Cueva, Sergio Bagú y Jorge Turner.
Por otro lado, también es importante mencionar que la región latinoamericana y caribeña ha hecho una enorme contribución a la humanidad desde el ámbito de la cultura, en particular, la música, el teatro, el cine, la danza, pero en especial, la literatura. Numerosas obras de grandes escritores latinoamericanos y caribeños se conocen por todo el mundo.
No podríamos entender la literatura universal sin Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Pablo Neruda, Rubén Darío, Nicolás Guillén, Ernesto Cardenal, Mario Vargas Llosa, César Vallejo, Mario Benedetti, Rosario Castellanos, Horacio Quiroga, Gabriela Mistral, Alejo Carpentier, Jorge Amado, Roque Dalton, Augusto Monterroso, Octavio Paz, Jorge Luis Borges, Sergio Ramírez, Rómulo Gallegos, Gioconda Belli, Julio Cortázar, Ernesto Sábato, Vicente Huidobro, Carlos Fuentes, Eduardo Galeano, entre otros tantos.
Así, pensar América Latina y el Caribe desde adentro presenta desafíos importantes pero también constituye una responsabilidad trascendental, tanto en el ámbito académico e intelectual, como en la lógica de entender que un futuro independiente y autónomo para nuestras naciones sólo podrá generarse desde nuestro propio espacio, aprovechando la riqueza del pensamiento de la región y ubicando las grandes aportaciones que se han hecho al desarrollo de la humanidad. Sobre este aspecto, Raquel Sosa señala:
La perspectiva periférica, anticolonialista y antiimperialista se ha elaborado sobre el principio común de diferenciación respecto al conocimiento producido en los grandes centros de poder. Forma parte de la historia del más avanzado pensamiento latinoamericano, e indudablemente constituye la base sobre la que se funda nuestra identidad regional. Desde la Independencia hasta los inicios del siglo xxi, se ha mantenido vivo el interés de plantearse, desde distintas perspectivas, el significado, posibilidades y aun limitaciones de la unidad histórica problemática llamada América Latina.[3]
La historia contemporánea de América Latina y el Caribe está relacionada con la explotación, el intervencionismo colonial e imperialista y la miseria de sus grandes mayorías; con la conquista europea del continente se impone una cultura, una religión y un régimen monárquico que incluyeran la reducción demográfica de poblaciones indígenas (genocidio) y la destrucción de sus civilizaciones (etnocidio), la esclavitud, el adoctrinamiento occidental, el desplazamiento territorial y el saqueo de los recursos naturales.
Tras los procesos de independencia, salvo la experiencia de la efímera revolución agraria en Haití y el alcance de las ideas de Bolívar, en la región se conforman Estados oligárquicos que mantuvieron en esencia una estructura colonial en el contexto de la formación del capitalismo y el avasallamiento del imperialismo estadounidense e inglés, aun contemplando las particularidades nacionales del desarrollo político, económico y social.
En el siglo xx se da la transición hacia el Estado nacional desarrollista o benefactor en plena consolidación del capitalismo; hacia finales del siglo pasado, lo que se impone en la región es la versión neoliberal del sistema capitalista, a través del Estado neoliberal, de carácter transnacional, modelo que en la actualidad continúa vigente en algunos países.
En este contexto, una de las principales aportaciones de América Latina y el Caribe al mundo de las ideas, radica en el conjunto de planteamientos en torno de un orden diferente y alternativo a ese proceso histórico en el que destaca la concepción sobre el socialismo.
Desarrollo del pensamiento socialista latinoamericano
Resulta innegable que el pensamiento latinoamericano surge en gran medida a partir de la herencia de la cultura occidental impuesta, que hasta nuestros días sigue presente con gran influencia. Sin embargo, el desarrollo histórico de nuestras naciones va acompañado de la formación de un conjunto de ideas e imaginarios que van construyendo una identidad propia que las hace diferentes por su amplia diversidad, sus enfoques multidisciplinarios y la creciente presencia del pensamiento y la cultura indígenas.
A partir de la Revolución Francesa, la Ilustración y la Revolución Industrial, procesos que en su conjunto consolidan al sistema capitalista, el mundo de las ideas y las estructuras políticas, económicas y sociales resultan transformados y redefinen el rumbo de la historia moderna. Se trata de la ruptura de una civilización dominada por la religión y el inicio de una lucha entre lo divino y lo racional que generó el arribo del laicismo y de los civiles y ciudadanos al ejercicio real del poder, aunque todavía en pleno siglo xxi la religión mantenga un lugar destacado, sigan existiendo monarquías (más como figura decorativa) y el Vaticano sea reconocido como Estado.
En esta etapa los avances tecnológicos, pero sobre todo el ascenso de las ideas liberales en el seno de las principales potencias metropolitanas, estuvieron de la mano de la consolidación de burguesías nacionales que terminaron por desplazar del poder político y económico tanto a noblezas como a oligarquías ligadas a las viejas concepciones monárquicas.
Mientras se afianzaba el sistema capitalista y los efectos de su funcionamiento hacían más evidente el grado de explotación de los trabajadores, surgen sujetos sociopolíticos que cuestionan teóricamente esta realidad y aparecen las primeras nociones del socialismo, ideología que paulatinamente sufrirá importantes modificaciones hasta llegar a proyectarse como un cimiento cultural de alcance universal:
La idea del socialismo se origina en Europa hace doscientos años en relación con la posibilidad de una justicia social, la abolición de la propiedad privada, una asociación de productores libres, la igualdad de la mujer con el hombre, un predominio de las comunidades locales sobre lo nacional. Pero además de tener pretensiones tan amplias y complejas, lo que estaba empezando a desarrollarse realmente, entonces, era la dominación de la burguesía y no una alternativa contra ella. Es decir, el socialismo nació en el regazo de una burguesía adolescente, y en realidad la mayor parte de lo que se pensaba o practicaba entonces en nombre del socialismo, eran formas de protesta, hijas de la gran revolución burguesa, sobre todo de la francesa.[4]
A partir de los escritos centrales de Marx como El manifiesto comunista, La Comuna de París y sobre todo El capital —el primero elaborado de forma conjunta con Engels— aparece en Europa el llamado socialismo científico o materialismo histórico, a partir del cual comenzarán a desarrollarse corrientes de interpretación conocidas como marxismo.
Marx explicó el funcionamiento del sistema capitalista desmenuzando su esencia y la lógica de sus mecanismos centrales. Tras identificar las diferentes etapas del sistema define la explotación a partir de la plusvalía, esto es, la ganancia que obtiene el dueño de los medios de producción a partir de la apropiación de una parte del valor generado por el obrero al crear una mercancía.
La crítica que elaboró Marx se centró en denunciar ese sistema de explotación frente al cual planteó la necesidad que tenían los trabajadores de liberarse de él a través de una revolución que transformara la dinámica de la producción y reformulara el sentido de la ganancia hacia una lógica colectiva: socializar el resultado de la producción no sólo entre quienes la generaban, sino a través de un Estado en manos de los trabajadores. De esta forma se alcanzaría la justicia y la igualdad social, en la perspectiva de asegurar las condiciones políticas, económicas, sociales y culturales que permitieran la edificación de la sociedad comunista.
Con las aportaciones de Marx, se consolida el ingrediente fundamental para dar contenido al conjunto de alternativas que existían en el siglo xix y principios del xx, y que se convertirán en el sustento fundamental del socialismo como bandera de la revolución. A partir del triunfo de la Revolución Rusa en 1917, dirigida por Lenin y el partido de los bolcheviques, se genera la primera gran experiencia práctica en la que se aplican las coordenadas centrales de las ideas de Marx, junto con el pensamiento de Lenin, creador de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). De esta forma, el marxismo como tal inicia una segunda etapa que, paradójicamente, disminuye su recreación y paulatinamente se va convirtiendo, sobre todo durante el periodo estalinista, en un manual inamovible en lugar de reivindicar su esencia crítica, evolutiva y creadora. El marxismo será ubicado como la plataforma central para concebir y alcanzar el socialismo. Tras la desaparición de Lenin, se amplía el parámetro al marxismo-leninismo, aunque a partir de Stalin se convertirá en una doctrina cerrada y esquemática:
La nueva ortodoxia era drásticamente contraria al marxismo original; incluso, al marxismo puesto en práctica por Lenin, Trotsky, Gramsci y Rosa Luxemburgo. Se trataba de un compendio doctrinario de sentencias abstractas, acabadas, válidas para cualquier circunstancia, al cual se le rendía culto como criterio de verdad. El marxismo-leninismo, se afirmaba, es la teoría de la revolución socialista en la época del imperialismo. Según la apreciación dominante de la nueva doctrina, ahí estaba dicho todo lo que era necesario saber. Se trataba de un verdadero catecismo para los creyentes. A continuación siguió su divulgación mundial por medio de manuales y compendios sistemáticos.[5]
Hasta la caída del Muro de Berlín en 1989 y la desintegración de la Unión Soviética en 1991, el socialismo se mantuvo en la lógica de un solo país, la URSS, las luchas de los partidos comunistas, bajo la dirección de la Internacional Comunista (Comintern) a cargo del Partido Comunista de la Unión Soviética (pCus), y la discusión del marxismo-leninismo bajo la pauta de lo que se definía en la órbita soviética.
Aunque el sistema alcanzó grandes resultados en el ámbito económico, científico, cultural y social, así como un profundo nivel de aceptación a nivel internacional, también es cierto que las principales causas de la caída del bloque soviético fueron sus grandes limitantes en el terreno de la participación política, la burocratización de los liderazgos y sus excesivos privilegios, aunados a la corrupción, importantes restricciones a la libertad y los elevados costos de la Guerra Fría encabezada por Washington.
Así, la ruta del socialismo en el siglo xx queda marcada por grandes batallas en todos los campos, pero bajo esquemas rígidos en el terreno de las ideas. Sin embargo, el peso de esta ideología es indiscutible en el desarrollo histórico de nuestro tiempo. Cabría plantear la hipótesis de que a pesar de los errores cometidos en las diversas experiencias socialistas, los avances sociales, las conquistas laborales y los mayores grados de participación política en las sociedades del capitalismo actual, con todo y sus limitantes, se deben básicamente al socialismo del siglo xx, y no a una humana concesión del capital y su clase política.
En América Latina y el Caribe la repercusión del marxismo-leninismo y el surgimiento de la URSS se vivieron en diferentes niveles y alcances, dependiendo de las etapas, los países y los actores sociopolíticos, pero también del grado de intervencionismo imperialista protagonizado por Estados Unidos tras las independencias de la región.
Un primer contacto se da con la llegada de una importante oleada de inmigrantes europeos que trasladaron el debate sobre la revolución y el socialismo, sobre todo en la lucha sindical, a realidades nacionales en las que las oligarquías dominaban ampliamente los sistemas políticos y negaban cualquier espacio a los sectores subalternos:
En primer lugar, con la generación de fines del siglo xix —mayormente inmigrante— nos encontramos ante un marxismo que funciona como doctrina general desde la cual se articula una propuesta (más o menos radical, según sea el caso) de modernización de las sociedades latinoamericanas.
En segundo lugar, en el marxismo de esa primera generación se privilegia inflexiblemente una concepción social evolucionista, determinista, incluso muchas veces impregnada de darwinismo. Conjugando ambas dimensiones, el marxismo se convierte para ellos en una doctrina, en un conjunto de proposiciones fijas, cerradas, que les servía para diferenciarse ideológicamente de la otra gran tradición revolucionaria que llegó a nuestro continente, la de los anarquistas, y para defender al mismo tiempo una identidad política obrera frente a la violenta y sanguinaria construcción del Estado-nación que en ese momento estaban terminando de consolidar las clases dominantes latinoamericanas.[6]
Cuando la URSS y la Comintern se consolidan, empiezan a multiplicarse los partidos comunistas latinoamericanos, a pesar de que en pocos casos tuvieran un crecimiento nacional destacado. Recordamos, por ejemplo, el levantamiento armado al mando de Luis Carlos Prestes en Brasil, en 1935, apoyado logísticamente por la Comintern, y que puso en jaque al poder establecido por la oligarquía carioca encabezada por Getulio Vargas, quien logró desmantelar la rebelión, asesinar a una parte de los principales dirigentes y proscribir a los comunistas.
De modo relativamente independiente a la formación de los partidos comunistas se va forjando una segunda generación de marxistas que paulatinamente se separa de los dogmas que en el epicentro del socialismo mundial ya eran toda una tradición y una condición que ponía el pCus para establecer cualquier tipo de relación y apoyo. En este caso ubicamos, entre otros, a Julio Antonio Mella, José Carlos Mariátegui y Ernesto Che Guevara.
Esta vertiente latinoamericana se identifica con un pensamiento socialista propio, apegado a la realidad nacional y ajeno a un esquema fijo que dependiera exclusivamente de la estrategia soviética. Se trataba de combinar la esencia del marxismo con las luchas nacionales y el antiimperialismo:
En síntesis, para todos estos primeros marxistas latinoamericanos hay un núcleo indisoluble entre Reforma, antiimperialismo y socialismo. El antiimperialismo tiene que ir de la mano del socialismo, no puede haber antiimperialismo sin socialismo, no puede haber socialismo en América Latina sin antiimperialismo. Quien va a llevar esto a la práctica más radical, más arriesgada, más heroica, es Farabundo Martí […] cuando plantea el tipo de consigna para la insurrección de 1932 tampoco divorcia el antiimperialismo del socialismo, ni la liberación nacional del comunismo. Prolonga políticamente a Mella y a Mariátegui. Las dos tareas son fases de un mismo proceso. Ésa fue la gran divisa de esta primera generación auténticamente fundacional.[7]
En esta etapa inicial, por su profunda visión sobre la realidad latinoamericana, su historia y sus diversas tradiciones de lucha destacan las aportaciones de Mella y Mariátegui al pensamiento socialista de la región. A partir del quehacer del joven cubano Mella, se profundiza la esencia antiimperialista; con Mariátegui se reconoce al sujeto indoamericano, con su cultura y cosmovisión, que forma parte de la visión pluriclasista que nutrió a importantes movimientos revolucionarios de la región:
José Carlos Mariátegui fue uno de los pocos pensadores marxistas que comprendió la importancia de los pueblos indígenas en una articulación socialista y revolucionaria con otros sectores sociales y culturales de nuestros ámbitos nacionales. Lamentablemente, esta tradición fue opacada por las corrientes neocolonialistas que prevalecieron en la mayoría de las organizaciones y partidos políticos de la izquierda, que no se interesaron en los movimientos indígenas hasta que irrumpieron con la fuerza de las armas o de sus movilizaciones masivas en la política.[8]
En la medida en que se va consolidando el Estado nacional desarrollista y surge con fuerza el populismo en algunas naciones latinoamericanas —como Brasil, Argentina y, de alguna forma, México— esta vertiente del pensamiento socialista ve disminuido su ámbito de influencia y su capacidad de acción. Se impone más la línea de los partidos comunistas tradicionales que, aun así, sufren una constante represión, en varios países son considerados ilegales, y sus líderes perseguidos y asesinados.
En América Latina, un marxismo de brillantes orígenes —por supuesto el de Mariátegui— perdió fuerza con el triunfo del populismo transformista de los años treinta y con la variable política de los partidos comunistas de la III Internacional. Sólo logró establecerse como bandera y guía para la acción en países que vincularon las ideas del socialismo de Marx y Engels con las historias nacionales, como El Salvador, Cuba, Chile y Nicaragua.[9]
Con la Revolución Cubana, también se inaugura una nueva etapa del pensamiento socialista caracterizado por una mayor cohesión del marxismo con las dinámicas de las luchas latinoamericanas, la convicción antiimperialista y la independencia del dogmatismo soviético.
Sin duda un exponente fundamental de esta vertiente es Ernesto Che Guevara, quien a través de su interpretación genera una visión marxista no sólo de la realidad latinoamericana sino de las formas de la lucha que se requerían para alcanzar la justicia y la liberación. El Che plantea la importancia de la conciencia como el elemento fundamental que permitiría construir una nueva sociedad y al llamado hombre nuevo, y así alcanzar el comunismo bajo una premisa básica: “debemos salir hacia el comunismo desde el primer día, aunque gastemos toda nuestra vida tratando de construir el socialismo”.[10]
No sólo había establecido abiertamente su diferencia con la hegemonía soviética en los años sesenta, sino que también criticaba los manuales marxistas generados en la URSS, a los que ubicaba como “los ladrillos soviéticos que tienen el inconveniente de no dejarte pensar; ya el partido lo hizo por ti y tú debes digerir. Como método, es lo más antimarxista, pero además suelen ser muy malos”.[11]
Con respecto a los partidos comunistas latinoamericanos, es importante mencionar que, salvo contadas excepciones, éstos se mantuvieron en todo momento sujetos al dogmatismo soviético y a la estrategia del socialismo en un solo país. Para muchos partidos resultaba inconcebible que una transformación política, una revolución, pudiera realizarse fuera de los parámetros de lo establecido por la ortodoxia eurocéntrica, esto es, que el proletariado, los obreros, no fueran el motor central del cambio.
El marxismo oficial soviético —iniciado por Lenin y consolidado por Stalin— tendría una influencia enorme en la izquierda latinoamericana, tanto en la afiliada a los partidos comunistas de la región, como en la que se organizó dentro de los movimientos guerrilleros revolucionarios del continente. A ese marxismo José Nun lo califica “de capilla”, por su dogmatismo y superficialidad. Ese marxismo, señala Nun, “resultó ser una opción esterilizante”, entre otras cosas porque las complejidades del pensamiento de Marx se redujeron a fórmulas.[12]
Las variantes del pensamiento socialista latinoamericano se van desarrollando en la región en el contexto de un mundo convulsionado, atravesado por dos guerras mundiales, la Guerra Fría entre Washington y Moscú, así como por complejos procesos de transformación política en América Latina entre los que destacan periodos de autoritarismo, procesos revolucionarios y la consolidación del Estado nacional bajo la hegemonía del capital, todo ello acompañado del intervencionismo estadounidense.
El pensamiento socialista latinoamericano en el siglo xxi
Contra todos los pronósticos, como el de Fukuyama sobre el fin de las ideologías, el pensamiento socialista latinoamericano arriba al siglo xxi con renovados bríos. No sólo se trata de su reivindicación en diversos sectores políticos, sociales y académicos, sino de su impulso multifacético en diferentes contextos, procesos y estructuras políticas.
En el ámbito mundial, nuestra región se encuentra como una de las más activas en torno del replanteamiento y la construcción del socialismo, como sucede con los proyectos de transformación en marcha en Venezuela, Bolivia y Ecuador, la continuidad del modelo en Cuba y algunas experiencias de movimientos sociales en países como Brasil y México.
Por ello, el pensamiento socialista latinoamericano presenta un quiebre en torno de la configuración de su identidad y la propia dinámica de su lucha frente a lo vivido en el siglo xx. El impacto del derrumbe del bloque soviético fue profundo en la región. Casi todos los partidos comunistas desaparecieron y pocos espacios organizados se mantuvieron en pie. En el ámbito del pensamiento, en un principio hubo un reflujo importante pero la atención no desapareció y no tardó mucho en retomarse la reflexión y el análisis, tanto de lo sucedido como de las tareas hacia el futuro:
Las consecuencias en el campo de la izquierda fueron devastadoras: retroceso ideológico, con cuestionamiento de todo lo que en cierto modo tuviera que con ver con el socialismo (Estado, partido, mundo del trabajo, planteamiento económico, socialización, etc.), y retroceso político, con el vuelco de la socialdemocracia a la derecha; ruptura de alianzas con los partidos comunistas; debilitamiento de éstos y de los sindicatos; proliferación de los gobiernos de derecha, etc.[13]
Así, la izquierda organizada se reestructura. La mayor parte de las fuerzas que en algún momento reivindicaban al socialismo, huérfanas de paradigmas y sin un análisis crítico de lo sucedido, se vuelcan al camino electoral, mientras la lucha armada deja de ser una opción. Se consolidan nuevos organismos políticos como el Partido de los Trabajadores (pt) de Brasil y el Partido de la Revolución Democrática (prd) de México, con proyectos moderados que en realidad sólo contemplan la búsqueda del supuesto rostro humano del capitalismo a través de un conjunto de reformas que regresen al Estado su espíritu benefactor tras la hegemonía del modelo neoliberal.
En 1994, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ezLn) irrumpe en el escenario mexicano, latinoamericano y mundial no sólo como un inédito movimiento armado indígena, sino como una fuerza que impulsa el relanzamiento de la esperanza en la medida en que se convierte en un referente de la resistencia al neoliberalismo y en un ejemplo para repensar las utopías, llegando en nuestros días a ejercer una influencia notable en la propuesta de alternativas antisistémicas, algunas de las cuales podrían derivar en planteamientos socialistas:
Cuando los sueños emancipatorios parecían haber cedido su lugar a la pesadilla fáctica del capitalismo real, la persistencia de la Revolución Cubana y la sorpresa zapatista del 1º de enero de 1994 marcaron el parteaguas entre el desencanto y la esperanza, y aguaron la fiesta a los sostenedores del mito del fin de la historia. La emergencia de múltiples y novedosas formas de hacer resistencia y la lucha a nivel local, nacional, regional y mundial, obligó al pensamiento crítico a conformar un nuevo “mapa cognitivo” que diera cuenta de las alternativas social-políticas populares en ciernes. Proliferó, a contracorriente, un nuevo movimiento plural contrahegemónico que se negaba con sus prácticas y visiones alternativas, a aceptar la peor de todas las utopías: la utopía de no tener utopías.[14]
También es la etapa en que se genera el movimiento altermundista, a partir del cual se cuestiona el sistema capitalista, sobre todo en su fase neoliberal en la que se plantean diversas alternativas en el plano económico, político, social y cultural.
Los variados movimientos de resistencia empiezan a conformar un cuerpo social el cual con el paso del tiempo culminará en el Foro Social Mundial que, con sus limitaciones y contradicciones, conjuga experiencias de lucha, organizaciones sociales, propuestas, acciones conjuntas y análisis sobre las problemáticas comunes que aquejan a los pueblos.
Tras la aparición del zapatismo se suma el triunfo electoral de Hugo Chávez en Venezuela, en 1998, perfilado inicialmente bajo una fuerza progresista y bolivariana que plantea una refundación del Estado bajo una férrea crítica al modelo neoliberal, pero transformándose paulatinamente hasta convertirse en un referente trascendental de la nueva visión sobre el socialismo en la región.
En el contexto de múltiples protestas y movimientos que se producen a causa de los estragos del neoliberalismo, y el impulso que Hugo Chávez imprime a la Revolución Bolivariana, la idea del socialismo empieza a recuperar terreno entre la intelectualidad y la izquierda latinoamericanas (partidos, movimientos sociales y gobiernos). En el ámbito de las ideas se piensa un socialismo que rescate los aspectos positivos de las experiencias pasadas, pero adecuándolas a las nuevas realidades.
Se hace un énfasis especial en la idea de un socialismo democrático, precisamente una de las principales carencias que tuvo el bloque soviético. Esta línea de reflexión también se ampara en las propias luchas latinoamericanas de las últimas dos décadas, en las que fuera de la lógica limitada de los partidos, destaca la importancia de la participación popular y los mecanismos de la democracia directa. Se plantea la crítica a la idea estática del socialismo, es decir, que éste no puede partir de manuales y recetas mágicas como en el pasado, ni de esquemas generales aplicables en cualquier país. Por ello, el énfasis central es la participación popular:
El socialismo en América Latina no vendrá de ningún libro iluminado sobre “el socialismo de ni en el siglo xxi”. Vendrá, en primer lugar, de los movimientos radicales de masas (y de la intelectualidad orgánica a ellos) en pro de alternativas social-políticas que recuperen la soberanía y la dignidad de los pueblos y enfrenten con decisión e inteligencia estratégica a los instrumentos de dominación —de recolonización— del imperio.[15]
Los movimientos sociales destacan en los cambios sociopolíticos y económicos que se han producido en la región para entender el alcance de sus proyectos políticos y la propia idea del socialismo. Las acciones concretas que realizan organizaciones como el ezLn y el Movimiento Sin Tierra (mst) están contempladas en la visión de construir un nuevo tipo de sociedad en la que frente a la esencia explotadora del capitalismo prevalezcan los valores humanos, colectivos y la justicia social.
Aunque ni los zapatistas ni los sin tierra se definan como marxistas, las ideas centrales del marxismo —en su versión latinoamericana— están presentes en su reflexión y en su estrategia. Han tratado de integrar orgánicamente el marxismo con las tradiciones —históricas, sociales, culturales, religiosas, indígenas— de sus pueblos.[16]
La lucha indígena incomprendida y subestimada por la izquierda latinoamericana, en particular por una visión eurocéntrica que heredó las tesis equivocadas que tenían Marx y Engels al concebirlos como pueblos sin historia, adquiere un valor irrefutable por el reconocimiento de su existencia y potencial político y civilizatorio. Los pueblos indígenas —los sectores más agredidos y despreciados en las sociedades latinoamericanas— recuperan derechos y se convierten en uno de los actores centrales en el entramado político regional.
Pueblos indígenas, afroamericanos, trabajadores informales, campesinos, maestros, feministas, estudiantes, intelectuales, ecologistas, sindicatos, organizaciones sociales, organizaciones no gubernamentales, entre otros tantos actores organizados, constituyen parte de este enorme potencial latinoamericano que busca una transformación política, económica y social de fondo.
Otra aportación de este nuevo pensamiento socialista es explicar que la posibilidad de alcanzar un cambio profundo en la sociedad no responde a la espontaneidad de las masas ni a la acción de una vanguardia iluminada que guiará al resto de la sociedad, sino a la capacidad de actores y movimientos sociales diversos para entender la realidad, la experiencia cotidiana, el saldo de sus acciones y el fundamental ejercicio de la autocrítica. Son, sobre todo, nuevos lenguajes de lucha que sin duda reflejan una nueva época:
En el imprescindible diálogo de saberes que van forjando los nuevos conceptos de nuestro tiempo, se van encontrando las palabras que, a su vez, nombran utopías hechas prácticas: socialización de la maternidad (dicen las Madres de Plaza de Mayo), mandar obedeciendo (dicen las comunidades zapatistas), obreros sin patrón (dicen los trabajadores de fábricas recuperadas), ocupar, resistir, producir (dice el movimiento sin tierra), marrichihueu (“diez veces venceremos”, grito del pueblo mapuche), revolución en las plazas y en las casas (reclaman las feministas), si no hay justicia hay escrache (dicen-hacen los hijos de desaparecidos) socialismo o muerte (afirma su rumbo la revolución bolivariana), hasta la victoria siempre (repite rebelde la herejía cubana).[17]
La idea del socialismo se consolida en el pensamiento político latinoamericano. En ocasiones no se hace referencia al socialismo como tal, sino al anticapitalismo, concepto que deja la puerta abierta a diferentes opciones de estructuras socioeconómicas y políticas para una nación liberada de éste, pero sin un apellido oficial. Sobre ello, destaca el hecho que tres gobiernos latinoamericanos se reconozcan en el camino de la construcción del socialismo, con sus propios proyectos, aciertos y errores.
Además, los procesos que se viven en Venezuela, Bolivia y Ecuador constituyen un ejemplo de la articulación entre diferentes sectores políticos, en este caso, movimientos sociales, líderes y partidos, alrededor de un objetivo común, y sobre todo ante la ofensiva de las oligarquías que en estos países se resisten al cambio, apoyadas invariablemente por Estados Unidos.
Las asambleas constituyentes que modificaron sustancialmente las estructuras estatales anquilosadas —que permitían no sólo la aplicación autoritaria del modelo neoliberal, sino la corrupción y el enriquecimiento de las élites tradicionales— constituyen un paso primordial para la transformación política. Los países que más han avanzado en ese sentido son Venezuela y Ecuador, donde ya existen elementos propios de la nueva visión del socialismo, como el sistema de seguridad social, fábricas en manos de los trabajadores, reparto agrario, cooperativas, empresas sociales, entre otras, además de un profundo proceso de concientización política que concibe la participación popular como motor del cambio.
La educación y la cultura en la región andina, por ejemplo, han tomado un lugar preponderante. Destaca la alfabetización, la incorporación de millones de niños a la escuela, la apertura de nuevos centros educativos en los diferentes niveles, el reparto de millones de libros de variada literatura, la creación de opciones culturales y la apertura de los medios de comunicación a la sociedad civil, entre otras acciones.
En el campo de las ideas también se plantea la urgencia de repensar el socialismo ante la decadencia política, económica y social que viven las naciones de la región. Desde la intelectualidad y el mundo académico crecen el análisis, la reflexión y los estudios sobre el socialismo como alternativa sistémica al capitalismo. Es indudable que el pensamiento socialista latinoamericano ha avanzado de forma importante, en primera instancia, al rechazar un conjunto de dogmas que tanto daño hicieron en el pasado. Una de las grandes conclusiones es que la lucha por el socialismo no tiene una ruta establecida ni clases sociales predestinadas, se trata de una lógica en movimiento, acoplada a las realidades nacionales, una meta compartida pero con caminos propios.
Resignificación de la democracia
La democracia fue una de las grandes deudas que dejó la experiencia del socialismo en la URSS y los países del Este europeo. Si bien se lograron avances sustanciales en el terreno social y económico, la participación popular fue prácticamente nula.
El origen del problema no sólo se encuentra en la centralización de las grandes decisiones políticas por una burocracia que se alejó y divorció de la sociedad, sino que, más allá de las estructuras partidarias, no existían canales ni mecanismos de verdadera participación política. El centralismo democrático derivó en elitismo democrático, por lo que el socialismo quedó identificado con autoritarismo y burocratismo.
Lógicamente tal concepción exacerbó en el pensamiento occidental la idea de la “superioridad” de su democracia (representativa): elecciones periódicas, pluripartidismo, libertad de prensa, pero nada de participación directa y autónoma de los pueblos, nada de democracia económica ni socialización de las riquezas ni autonomías comunitarias o indígenas y, mucho menos planteamientos como el mandar obedeciendo. Por ello, las nuevas coordenadas latinoamericanas y caribeñas coinciden en un aspecto básico: sin democracia no puede haber socialismo.
A pesar de que algunas fuerzas de la izquierda institucionalizada coinciden o se conforman con la democracia liberal, la idea de construir la vertiente participativa, en el contexto de una transición al socialismo, es cada vez mayor entre los movimientos populares de la región, y a nivel institucional (Venezuela, Bolivia y Ecuador) a partir de nuevas constituciones que incluyen mecanismos ampliados de participación, como el referéndum, el plebiscito, la iniciativa popular, la revocación del mandato y el presupuesto participativo.
En el nuevo pensamiento socialista latinoamericano no sólo se buscan cambios profundos que garanticen una mayor participación popular, sino también una reconfiguración de la conciencia social. Se plantea que no sólo basta la existencia de mecanismos de participación, sino que la gente conozca su utilidad y alcance, el hecho de que sea su poder, esto es, un poder popular, comunitario y ciudadano.
Para esta nueva visión es indudable que socialismo y democracia son hoy un binomio indisociable en la perspectiva de un nuevo tipo de sociedad. Las transformaciones apuntan hacia esta lógica, sobre todo por la creciente toma de conciencia de los ciudadanos y los colectivos indígenas y no indígenas en torno de la exigencia de sus derechos y del poder que se construye con su participación. Aunque en la región persisten rasgos autoritarios y una férrea oposición de las oligarquías, en países que experimentaban profundos procesos de cambio se van creando estructuras que dan ejemplo de esta nueva realidad latinoamericana. Por ello, el nuevo socialismo está relacionado estrechamente con la democracia.
En la reciente Cumbre de los Pueblos celebrada en Lima, entrevistaron a uno de los participantes, el activista, pensador y escritor portugués Boaventura do Souza Santos… Le preguntaban a este luchador de casi 70 años cómo ve el futuro. “Para mí —dijo— el horizonte sigue siendo la democracia y el socialismo, pero un socialismo nuevo. Debemos cambiar las lógicas del poder, y para ello las luchas democráticas son cruciales. Estas luchas son radicales, porque están fuera de las lógicas tradicionales de la democracia. Debemos profundizar la democracia en todas las dimensiones de la vida: desde la cama hasta el Estado, como dicen las feministas […] El nuevo nombre del socialismo es democracia sin fin.[18]
Así, se piensa que un nuevo Estado socialista será el resultado de una edificación colectiva que responda a intereses comunes. Se trata de un consenso entre los diversos sectores sociales en el que el Estado sea el espacio institucional definido por la nación para regular su vida interna, eliminar el sometimiento de unos sobre otros o cualquier imposición que afecte derechos individuales o colectivos. “Pero el horizonte no es utópico, no es la extinción del Estado, la cual supone una sociedad unificada por un consenso racional de fines y valores. El horizonte es más verosímil, es la socialización del poder político en el marco de esta democracia participativa”.[19]
El sustento central que puede garantizar este tipo de Estado tiene que ver con la existencia de una democracia incluyente, como la que plantea Pablo González Casanova,[20] esto es, aquella que contemple la igualdad entre los individuos a partir de un conjunto de derechos tanto políticos como socioeconómicos. Una democracia incluyente garantiza la libertad del voto pero también el derecho al trabajo, la libertad de expresión y el libre acceso a la salud y la educación, el derecho a la participación ciudadana, a la alimentación y la cultura:
Construir una democracia sustentada en la combinación armónica de la representación con la participación, de manera que el voto no sea un ejercicio periódico inútil, que deja a los pueblos sin control sobre los gobernantes y sus políticas. Democracia es mucho más que elecciones. Es el ejercicio del gobierno por el pueblo, que no puede limitarse sólo a su participación política plena y activa, sino que necesita incluir la democracia económica y social.[21]
La importancia del tema de las libertades y la tolerancia frente a la diversidad también se plantea aunado al aspecto del género. Las sociedades latinoamericanas se han caracterizado por ser machistas y patriarcales, íntimamente ligadas a lo más conservador de las instituciones religiosas y políticas en las que se subordina a la mujer en todos los espacios de la vida social. Por ello, la equidad de género resulta una tarea fundamental en el nuevo pensamiento socialista para erradicar la cultura del machismo y crear una sociedad de iguales. De la misma forma destaca la necesidad de una plena libertad religiosa, de las creencias y la fe de los individuos, en un marco claro de separación entre las iglesias y el Estado. Se piensa la laicidad integral de lo público como contraparte de una plena libertad religiosa individual.
El respeto a la religión y su práctica se hace extensivo a las preferencias sexuales, la libre decisión de los individuos sobre su cuerpo, lo que incluye el derecho al aborto, al cambio de sexo, así como la libertad y la legalidad plena de matrimonios entre personas del mismo sexo:
La nueva alternativa es inconcebible a nivel mundial sin una cultura universal de la tolerancia, del respeto al pluralismo religioso, ideológico, cultural, así como a las distintas razas, a los géneros, a las preferencias sexuales, a los espacios laicos, a los pensamientos críticos, a la equidad y la justicia social y a las variadas formas de la autonomía y la soberanía de las naciones y los pueblos.[22]
Así, la concepción socialista ha reconfigurado el lugar de la democracia y percibe como necesidad obligada que las libertades sean plenas, sin ataduras ni limitantes. Se piensa una sociedad de iguales, con derechos y obligaciones, esto es, un socialismo democrático que respete los derechos humanos en su sentido más universal.
Reflexión final
El pensamiento socialista latinoamericano del siglo xxi se encuentra en una etapa de desarrollo y ampliación que genera un debate de ideas, tanto en el medio intelectual y académico como en la política y la cultura. Tal proceso está acompañado por la vigencia del sistema en Cuba, y su construcción en países como Venezuela, Bolivia y Ecuador, aunado a las experiencias del mst y los zapatistas.
Este contexto refleja sin duda que a pesar de los augurios iniciales de quienes sustentan al capital, no se logró desterrar la ideología socialista ni las utopías de un mundo diferente y, en ese sentido, el capitalismo no pudo hegemonizar el pensamiento, como esperaban sus ideólogos.
A partir de una crítica profunda a las experiencias del pasado, la visión actual del socialismo latinoamericano rescata dos elementos centrales. Por un lado, entender que la democracia constituye una condición básica para que el socialismo pueda desarrollarse y, por otro, que éste no puede construirse de forma dogmática o por decreto. Como no puede existir una sola fórmula para edificar el sistema socialista, el pensamiento contemporáneo lo concibe a partir de las realidades nacionales, las características históricas, étnicas, culturales y políticas de los pueblos. Pueden existir aspectos comunes, estructuras organizativas y actores semejantes, pero resulta necesario hablar de los socialismos, porque finalmente cada país latinoamericano es un mundo en sí mismo.
En este escenario regional, el socialismo no se piensa como un modelo único y cerrado, con formas preestablecidas, como lo fue en el siglo xx. En el siglo xxi es parte de una dinámica de transformación que han emprendido los pueblos, por lo que estamos frente a un proceso abierto y en permanente debate, bajo el objetivo compartido de construir otro mundo posible.
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[1] Profesor investigador en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México; profesor de asignatura en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México; Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
[2] Edgardo Lander, “¿Conocimiento para qué? ¿Conocimiento para quién?” (1998), Estudios Latinoamericanos, nueva época (unam), año vii, núm. 12-13 (julio-diciembre de 1999/enero-junio de 2000), pp. 43-44.
[3] Raquel Sosa, América Latina: los desafíos del pensamiento crítico, México, unam/Siglo xxi, p. 209.
[4] Fernando Martínez Heredia, “En todo proceso revolucionario tiene que darse un dominio de lo subjetivo sobre lo objetivo”, entrevista realizada por Fernando Rojas, en Enrique Ubieta Gómez, Por la izquierda: veintidós testimonios a contracorriente, La Habana, Instituto Nacional del Libro José Martí/iCaiC, 2007, p. 160.
[5] Lucio Oliver, “El difícil retorno del Ave Fénix: marxismo y sociología a fines del siglo xx”, Acta Sociológica (unam), vol. iv, núm. 1 (enero-abril de 1991), p. 146.
[6] Néstor Kohan, De Ingenieros al Che: ensayos sobre el marxismo argentino y latinoamericano, Buenos Aires, Biblos, 2000, p. 94.
[7] Ibid., p. 96.
[8] Gilberto López y Rivas, Pueblos indígenas, México, unam, 2007, p. 24.
[9] Oliver, “El dificil retorno del Ave Fénix” [n. 4], p. 140.
[10] Kohan, De Ingenieros al Che [n. 5], p. 378.
[11] Ernesto Guevara, “Carta de Ernesto Che Guevara a Armando Hart”, en Armando Hart, Marx, Engels y la condición humana: una visión desde Latinoamérica, Melburne, Ocean Press, 2005, p. 18.
[12] Andrés Pérez Baltodano, “Reflexiones y notas para un reencuentro: marxismo, posmarxismo y Teología de la Liberación (1)”, Envío (Nicaragua, uCa), núm. 310-31 (enero-febrero de 2008), p. 49.
[13] Emir Sader, El nuevo topo: los caminos de la izquierda latinoamericana, Buenos Aires, Siglo xxi/CLaCso, 2010, p. 139.
[14] Gilberto Valdés, “El socialismo en el siglo xxi: desafíos de la sociedad ‘más allá’ del capital”, Temas (La Habana), núm. 50-51 (abril-septiembre de 2007), p. 88.
[15] Ibid., p. 94.
[16] Kohan, De Ingenieros al Che [n. 5], p. 353.
[17] Claudia Korol, La utopía como práctica, México, unam, 2007, p. 25.
[18] Equipo Nitlapán, “Después de 29 años, después de 290 horas”, Envío (Nicaragua,
uCa), núm. 316 (julio de 2008), pp.10-11.
[19] Tomás Moulian, Socialismo del siglo xxi: la quinta vía, Santiago de Chile, Lom,
2001, pp. 141-142.
[20] Veáse Pablo González Casanova, De la sociología del poder a la sociología de la explotación: pensar América Latina en el siglo xxi, Bogotá, CLaCso/Siglo del Hombre, 2009.
[21] Roberto Regalado, “América Latina: crisis del capitalismo y vigencia del socialismo”, América Libre, edición especial (Buenos Aires), núm. 10 (enero de 1997), p. 8, en de: <http://www.nodo50.org/americalibre/anteriores/10/index.htm>.
[22] Pablo González Casanova, “La dialéctica de las alternativas”, Umbrales (Bolivia, Universidad Mayor de San Andrés), núm. 11 (septiembre de 2002), p. 222.